Un invierno egipcio

06 Dec 2014   |   comentários

Egipto fue el centro de la primavera árabe, cuando en 2011 masivas movilizaciones ocuparon la Plaza Tahrir y derrumbaron la dictadura de Hosni Mubarak. Tres años después, el régimen se recompuso en clave regresiva bajo el actual gobierno dirigido por el mariscal Fatah Abdel Al-Sissi.

Egipto fue el centro de la primavera árabe, cuando en 2011 masivas movilizaciones ocuparon la Plaza Tahrir y derrumbaron la dictadura de Hosni Mubarak. Tres años después, el régimen se recompuso en clave regresiva bajo el actual gobierno dirigido por el mariscal Fatah Abdel Al-Sissi.

Desde que asumió el poder, el jefe del ejército Al-Sissi viene endureciendo la represión. Y en una nueva sentencia absurda, 188 simpatizantes de la Hermandad Musulmana (HM) fueron condenados a muerte. Esto ocurre tres días después de la absolución del dictador depuesto, Hosni Mubarak. El gobierno quiere terminar definitivamente con cualquier recuerdo de las manifestaciones que fueron una marca indeleble de la primavera árabe e inspiraron al mundo.

Absolución de Mubarak y colaboración con el imperialismo

La absolución de Mubarak fue promulgada por el juez Mahmud al Rashid, quien declaró al dictador inocente de las 840 muertes ocurridas durante las protestas de la primavera árabe, que lo sacó del poder. Esta decisión revoca el juzgamiento anterior, que lo había condenado a prisión perpetua por los mismos crímenes. Además de Mubarak fue declarado inocente también el ex ministro de exterior, Habib Al Adly. La decisión fue tomada con la negación, por “falta de pruebas”, del juez a las acusaciones de que Mubarak como jefe de Estado, había ordenado la represión responsable de las muertes. También anuló las innumerables acusaciones de corrupción que Mubarak estaba enfrentando, entre ellas la de enriquecimiento ilegal a través de las exportaciones de petróleo a Israel a precios inferiores a los del mercado. Además, fueron absueltos más de 50 policías que habían actuado en los enfrentamientos de la Plaza Tahrir.

En una entrevista a los medios del país Mubarak afirmó “no hice nada equivocado”. El ex dictador afirmó que las muertes durante las manifestaciones de 2011 serían responsabilidad de la HM y no suyas. Y que las movilizaciones que ocuparon la Plaza Tahrir no eran populares, sino un complot armado por los sionistas y norteamericanos. Tales afirmaciones, utilizadas como pretexto para su absolución, provocaron revueltas en gran parte de la población egipcia, pues es ampliamente conocido que fue Mubarak quien sustentó los acuerdos de colaboración con el Estado de Israel y que recibía financiamiento de los Estados Unidos.

Esta sentencia fue entendida por sectores de la población egipcia como una provocación, principalmente entre quienes participaron de las manifestaciones que provocaron su caída. Fuera del predio en el que se realizaba el juzgamiento, cerca de mil personas fueron brutalmente atacadas por la policía que las dispersó con bombas de gas lacrimógeno. También se dieron manifestaciones en el centro de El Cairo y en las principales universidades. La absolución de Mubarak es parte del clima político reaccionario y el endurecimiento de régimen afianzado con el ascenso de Abdel Fatah Al-Sissi al poder luego de la destitución en 2013 de Mahmoud Mursi, entonces presidente de la HM. Como parte integrante y orgánica de la burguesía local, Mubarak puede contar con la solidaridad de clase del régimen.

La condena a muerte de 188 simpatizantes de la Hermandad Musulmana

Mientras liberan a Mubarak las cortes egipcias acaban de condenar a muerte por ahorcamiento a 188 personas, bajo alegación de ser simpatizantes de la HM y haber invadido la comisaría en Kerdasa, en los alrededores de El Cairo. Esta absurda condena fue decidida después de la masacre en el campamento islámico de Rabá al-Audawiya, el 14 de agosto de ese año. El gobierno egipcio ya había condenado a muerte a más de 500 personas, consideradas cercanas a los Hermanos Musulmanes y opositoras a Fatah Abdel Al-Sissi.

Las condenas en masa están siendo cada vez más frecuentes en Egipto. Son ordenadas en sesiones completamente arbitrarias, que duran cerca de 20 minutos, muchas veces sin contar siquiera con la presencia de los acusados. Es una demostración dramática de que los anhelos de la población de terminar con un régimen opresivo, como durante décadas fue la dictadura de Mubarak, fueron absolutamente traicionados. En lugar de mayor libertad de organización política del pueblo y de los trabajadores, lo que existe es una persecución implacable de la casta política actual contra todos los sectores que puedan oponerse al actual gobierno y no solo contra la HM, como quieren hacer creer. El régimen vigente en Egipto desde 2013 es responsable por casi 2.500 muertes, como fruto de la represión a las protestas o como resultado de las condenas en masa.

La persecución se extiende también a otros sectores. Mientras libera a Mubarak, la justicia egipcia manda detener a ocho personas que habrían participado de una manifestación que simulaba un casamiento entre personas del mismo sexo. Bajo la acusación de que los jóvenes estarían “promoviendo el vicio y el libertinaje” la procuraduría los obligó a realizarse exámenes para averiguar si habrían mantenido relaciones sexuales. A pesar de que legalmente la homosexualidad no es considerada en Egipto un crimen, como sucede en otros países cuyos gobiernos practican la ley islámica (sharia), el régimen actual se ha caracterizado por el aumento incesante de la represión sobre este sector.

Una necesaria política independiente de la clase trabajadora

Lo que está sucediendo en Egipto es la prueba de que al contrario de lo que afirman sectores de la izquierda, no se desarrolló en el país ninguna revolución democrática triunfante. La respuesta progresiva a las demandas democráticas más sentidas por los trabajadores y la población, que los llevaron a las calles en 2011, solo pueden ser dadas por los trabajadores y el pueblo. Son ellos los que con sus métodos de organización en base a una política de independencia de clase podrían derrumbar el régimen e instaurar en su lugar un gobierno de los trabajadores y el pueblo.

Al no darse esta perspectiva, las variantes burguesas que se hicieron del poder, fuesen las islámicas como la HM o las laicas como la actual de Fatah Abdel Al-Sissi, traicionaron inevitablemente las aspiraciones de las masas. El gobierno actual no solo persigue a toda o cualquier fuerza opositora, sino que también sigue los mandatos económicos responsables por arrojar a la miseria a un amplio sector de trabajadores. Este debate sigue siendo relevante para todos los que se ubican como parte de la izquierda. Es necesario sacar las lecciones del proceso egipcio, que muestra claramente la necesidad de una política independiente de la clase trabajadora como una cuestión central que no puede ser dejada de lado.









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