Estrategia

John Holloway y el debate sobre la hidra capitalista

20 May 2015   |   comentários

En el marco del seminario “El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista”, John Holloway (JH) planteó dos únicas opciones ante la necesidad de luchar contra el capital. Valga este texto como introducción a un debate.

La teoría crítica es transformadora o no es
En un reciente artículo, el autor del libro “Cambiar el mundo sin tomar el poder” sostiene que el pensamiento crítico es “el intento de entender la tormenta y algo más. Es entender que en el centro de la tormenta hay algo que nos da esperanza”. Si bien coincidimos en que el mismo “abre lo cerrado” y “sacude lo fijo”, desde nuestro punto de vista, lo sustancial de la teoría crítica es que, a decir de Marx, es un arma. Un arma que por sí misma no puede destruir el poder del capital, pero que se convierte en poder material “tan pronto se apodera de las masas” y, agregamos, se vuelve estrategia.

Por eso, si el poder material del capital solo puede derrocarse logrando que las ideas revolucionarias se vuelvan poder material, es condición para ello que el pensamiento crítico sea al mismo tiempo un cuestionamiento radical del estatus quo y las ideas que lo sostienen y una herramienta para su destrucción. En ese sentido es que el marxismo es una teoría crítica integral que, para efectos explicativos, podemos esbozar en cuatro dimensiones, según Emilio Albamonte. Es en primer lugar una concepción del mundo amparada en el materialismo filosófico y la dialéctica entendida como la lógica del movimiento y el cambio. Es también una crítica científica de la economía política sustentada en la ley del valor y el sustrato material que rige las relaciones sociales. Constituye una crítica radical de la política, el Derecho y el Estado burgués y al mismo tiempo, es una teoría revolucionaria que abreva de la experiencia histórica de la clase obrera en su lucha contra el capitalismo contemporáneo.

Estas dimensiones son indisolubles y al mismo tiempo están engarzadas con una cuarta donde el marxismo es una guía para la acción revolucionaria, a decir de Lenin, y la acción revolucionaria es “un arte que a diferencia de otro no actúa sobre una materia inerte sino sobre las relaciones humanas buscando la destrucción de ciertas relaciones y la construcción de otras nuevas. Nos referimos al arte de la estrategia”.

Y es en esta dimensión, la de la estrategia, donde nos ubicamos en las antípodas del pensamiento de John Holloway. A la pregunta de ¿cómo destruimos al capitalismo?, el citado responde: “…decir Chao, capital, ya vete, vamos a crear otras maneras de vivir, otras maneras de relacionarnos, entre nosotros y también con las formas no humanas de vida, maneras de vivir que no están determinadas por el dinero y la búsqueda de la ganancia, sino por nuestras propias decisiones colectivas”. Y esto, que muestra que Halloway carece de una estrategia acabada en el sentido más preciso de la palabra, es lo que discutiremos.

¡Adiós capital! ¿Y la lucha por el poder?
Según JH, la “tormenta” que nos acecha no proviene de los políticos, ni del imperialismo, ni de los estados: “la tormenta surge de la forma en la cual está organizada. Es expresión de la desesperación, de la fragilidad, de la debilidad de una forma de organización social que ya pasó su fecha de caducidad, es expresión de la crisis del capital”. En esta sintonía, denuncia que toda actividad en el capitalismo contemporáneo esta moldeada para aportar a la expansión de la ganancia del capital. Es en este sentido que el capitalismo “Depende de nosotros, de que queramos y podamos aceptar lo que nos impone. Si decimos perdón, pero hoy voy a cultivar mi milpa, u hoy voy a jugar con mis hijos, u hoy me voy a dedicar a algo que tenga sentido para mí, o simplemente no nos vamos a agachar, entonces el capital no puede sacar la ganancia que requiere, la tasa de ganancia cae, el capital está en crisis. En otras palabras, nosotros somos la crisis del capital, nuestra falta de subordinación, nuestra dignidad, nuestra humanidad”.

Partiendo de esta visión que podríamos definir como “subjetivista” del capital, es que JH, para no pecar de ingenuo aclara que, si dejamos de hacer para el capital, el mismo responde con “autoritarismo, violencia, reforma laboral, reforma educativa”. ¿Y quién ejecuta la violencia, el autoritarismo y las reformas?... El estado y sus instituciones. El autor pone como ejemplo la negociación en torno a la deuda griega que, efectivamente demuestra que no hay “capitalismo más suave”, que del capital sólo podemos esperar austeridad y violencia.

Pero evade el hecho de que, en el caso griego, es el imperialismo alemán -esto es, el poder político- en alianza con el FMI y el Banco Mundial (gestores de los intereses imperialistas a nivel internacional) agrupados en la troika, los que han condenado a las masas griegas a la miseria crónica. Y ante esta muestra brutal del rol del poder político capitalista, nos da como solución la experiencia zapatista, kurda y la de “miles de movimientos más que rechazamos el capitalismo, tratando de construir algo diferente”. Haciéndose eco de su propia teoría de que es posible “cambiar el mundo sin tomar el poder”, elude el problema fundamental que incluso Galeano admitió (pero sin sacar ninguna conclusión política ni estratégica) en la inauguración del seminario: la necesidad de destruir al estado capitalista y su aparato de violencia y explotación.

Porque el crear “aquí y ahora un mundo de muchos mundos”, es una empresa imposible frente a la violencia y autoritarismo de los estados que se sostienen y sostienen al capitalismo en todas partes - armados hasta los dientes-, si no abrazamos la perspectiva de la revolución y la estrategia política para lograr el triunfo.

Porque crear “aquí y ahora un mundo de muchos mundos en los márgenes del capitalismo” es rehuir a la tarea de primer orden de expropiar los medios de producción – hoy cada vez más concentrados en muy pocas manos- y liberar al conjunto de la humanidad de las cadenas de la esclavitud asalariada. Y eso implica justamente lo que Holloway niega con su “teoría” de huir del capital y construir un mundo en sus márgenes: que es necesario tomar el poder político, expropiar a los capitalistas y terratenientes, destruir la vieja maquinaria estatal y construir un estado transicional ¿cómo podríamos los explotados defender una trinchera como lo es un estado revolucionario sin organizar nuestro propio ejército y ejercer nuestro propio poder frente a la descomunal fuerza de los estados imperialistas y sus destacamentos armados?

Pero no hablamos del estado deformado por la expropiación ejercida por la burocracia stalinista respecto a las masas -como China o la ex URSS-, con el que descalifican (por derecha y por izquierda) al marxismo. Hablamos de un estado de nuevo tipo – el estado tipo comuna a decir de Marx- , basado en organismos de autodeterminación de las masas, cuyo objetivo último y final sea el comunismo. La toma del poder político por parte del proletariado y la instauración de estados revolucionarios para el marxismo – no para su degeneración stalinista-, es la conquista de una trinchera, es un paso necesario para liquidar las bases del propio estado y abonar el camino al comunismo.

Las consecuencias del escepticismo
En una aparente autocrítica, JH se pregunta si se tiene la fuerza para decirle adiós y para siempre al capital. Y nos responde que no todavía: “Muchos de nosotros que estamos aquí tenemos nuestros sueldos o nuestras becas que vienen de la acumulación del capital o, si no, vamos a regresar la semana próxima a buscar empleo capitalista. Nuestro rechazo al capital es un rechazo esquizofrénico: queremos decirle un adiós tajante, y no lo podemos o nos cuesta mucho trabajo. No existe pureza en esta lucha. La lucha para dejar de crear el capital es también una lucha contra nuestra dependencia del capital. Es decir, es una lucha para emancipar nuestras capacidades creativas, nuestra fuerza para producir, nuestras fuerzas productivas”.

El esquizofrénico es Holloway. No se puede decir ¡Adiós capital! y ¡Adiós al proletariado! al mismo tiempo. Al poner un signo igual entre los sueldos, becas y prerrogativas universitarias (los cuales por otra parte le causan una gran contradicción al autor) y la esclavitud asalariada que padecen los trabajadores de Foxxcon, los jornaleros agrícolas de San Quintín, las obreras textiles de Bangladesh y Camboya o los mineros de Sudáfrica, demuestra su desbarranque teórico y estratégico ¿Esta es la salida que le ofrece Holloway a las familias proletarias que en México subsisten con salarios de 700 pesos a la semana en jornadas de 12 a 16 horas? ¿Esta es la alternativa para los obreros de Foxxcon que se suicidan exhaustos y absolutamente deshumanizados por las cargas laborales?

JH olvidó su pasado marxista y el hecho fundamental de que la clase obrera, en su conjunto, se define como clase porque, al carecer de todo en la sociedad capitalista, se ve obligada a vender compulsivamente su fuerza de trabajo para sobrevivir. Olvida también que, al adquirir conciencia de su rol específico en la sociedad, los trabajadores son capaces de trastocar el sistema, si se hacen del control colectivo de los medios de producción. Ahí, como anticipo de lo que vendrá si se asume una estrategia revolucionaria que ataque al poder político, están los obreros de la ex Zanón en Argentina que tienen la fábrica funcionando bajo su control o los trabajadores de Madygraf en el corazón de la zona norte bonaerense que están produciendo sin patrones. Es evidente que la salida para quienes solo tienen su fuerza de trabajo no puede ser “huir del capital”; debe ser organizarse para vencerlo.
Mientras en los claustros universitarios se niega la realidad innegable de que la única clase que genera toda la riqueza social a nivel internacional es la clase obrera y que es en su seno que se puede gestar una alternativa efectivamente revolucionaria, en todo el mundo el nuevo proletariado comienza a asomar la cabeza.

Frente a esta situación JH nos propone dos salidas: o conseguir “mejoras” de la mano de los proyectos tipo Podemos o Syriza – que el mismo reconoce son inviables porque el capitalismo no puede ser humanizado- o decirle “adiós al capital” como si “ignorándolo” y poniendo en pie formas autogestivas en uno, dos o tres enclaves fuera a agrietar a todo el sistema y destruirlo. Se olvida Holloway del asedio militar y para militar a las comunidades zapatistas. Se olvida Holloway de los bombardeos imperialistas avalados por la ONU contra todos los pueblos oprimidos del mundo. Se olvida Holloway del crimen de estado efectuado contra los 43 normalistas. Se olvida Holloway de la dictadura de fábrica que padecen los obreros sostenida por los burócratas, los patrones y avalada por el gobierno.

El escepticismo en la clase obrera, la confusión entre el estalinismo y el verdadero marxismo, el abandono de toda estrategia revolucionaria y la adopción de una perspectiva autonomista, lleva a eso. Nosotros proponemos recrear, en los albores del siglo XXI, el marxismo revolucionario, es decir con preponderancia estratégica. Que en las ideas y la acción se prepare para construir una organización revolucionaria de los trabajadores a nivel internacional que se temple – en todas las escuelas de la lucha de clases- para el arte de la lucha por el poder, la destrucción del estado capitalista y la construcción de un nuevo tipo de poder basado en la alianza encabezada por los trabajadores, junto a los campesinos, los pueblos indígenas y todos los agraviados por este sistema. Que abrace la perspectiva socialista para expropiar los medios de producción y ponerlos al servicio de las grandes necesidades sociales y que, en su escala internacional, genere las condiciones de posibilidad para la destrucción de toda forma de estado y abone el camino de una sociedad comunista.

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