De la lucha obrera a la lucha por el comunismo

23 Aug 2014   |   comentários

Jimena Vergara

Tras la represión del 20 de julio, el día 24 es el funeral del obrero asesinado Henry Ness, uno de los dos mártires de la huelga de Minneapolis. Esa jornada se convirtió en una enorme movilización de más de 40,000 manifestantes. En el discurso de despedida a su camarada, se dijo: “… A medida que nos vayamos de esta manifestación debemos llevar en nuestros corazones la decisión ardiente de continuar con la lucha del hermano Ness. ¡No lo debemos defraudar! Debemos vengar su muerte. Haremos esto si luchamos para ganar esta huelga, si luchamos para librarnos del yugo de nuestros explotadores, y para establecer un nuevo orden social donde el trabajador pueda disfrutar los frutos de su labor.” Los trotskistas se esforzaron por ligar la lucha por el reconocimiento del sindicato a la lucha contra la explotación del hombre por el hombre. Ese nuevo orden social al que hacen referencia en el discurso del funeral es ni más ni menos que el comunismo, entendido como un movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Esto es que las premisas del comunismo están contenidas en el desarrollo del capitalismo y sin este desarrollo, los creadores del comunismo científico, Marx y Engels, no habrían podido prefigurar una sociedad sin propiedad privada, sin clases sociales, sin dinero y sin Estado. Pero, como planteamos los marxistas, para llegar al comunismo -nuestro fin- se requiere llevar adelante una estrategia que apunta a la toma del poder por los trabajadores y sus aliados y la construcción de un poder de nuevo tipo -un estado transitorio-, en un proceso que solo culmina con la revolución socialista internacional y la destrucción del viejo orden capitalista.
En 1930, el economista burgués Keynes dijo que los hombres del siglo XXI trabajarían 15 horas a la semana gracias a los avances tecnológicos. Actualmente, el promedio de horas que se trabaja a la semana en el mundo es de 70.

Efectivamente, la ciencia y la tecnología han logrado una productividad inédita del trabajo. Lo que no vio Keynes es que el nivel alcanzado por la ciencia y la tecnología hoy está al servicio de los grandes capitalistas. En la sociedad comunista, la productividad del trabajo, no estaría sujeta a la ganancia individual sino a eliminar a su mínimo indispensable la jornada del trabajo. En primer lugar porque los avances de la técnica serían generalizados a todas las ramas productivas necesarias para sustentar las necesidades materiales de la sociedad.

Como dice Engels en su “Principios de Comunismo”: “La gran industria, liberada de las trabas de la propiedad privada, se desarrollará en tales proporciones que, comparado con ellas, su estado actual parecerá tan mezquino como la manufactura al lado de la gran industria moderna. Este avance de la industria brindara a la sociedad suficiente cantidad de productos para satisfacer las necesidades de todos.”

Así, la sociedad producirá lo bastante para organizar la distribución con vistas a cubrir las necesidades de todos sus miembros. Con ello quedará superflua la división de la sociedad en clases. Dicha división, además de superflua, será incluso incompatible con el nuevo régimen social. La existencia de las clases se debe, históricamente, a la división del trabajo, y esta última, bajo su forma actual desaparecerá enteramente, ya que, para elevar la producción industrial y agrícola al mencionado nivel no bastan sólo los medios auxiliares mecánicos y químicos.

Es preciso desarrollar correlativamente las aptitudes de los hombres que emplean estos medios. Al igual que en el siglo pasado, cuando los campesinos y los obreros de las manufacturas, tras de ser incorporados a la gran industria, modificaron todo su régimen de vida y se volvieron completamente otros, la dirección colectiva de la producción por toda la sociedad y el nuevo progreso de dicha producción que resultara de ello necesitarán hombres nuevos y los formarán. La gestión colectiva de la producción no puede correr a cargo de los hombres y mujeres tales como lo son hoy, hombres que dependen cada cual de una rama determinada de la producción, están aferrados a ella, son explotados por ella, desarrollan nada más que un aspecto de sus aptitudes a cuenta de todos los otros y sólo conocen una rama o parte de alguna rama de toda la producción. La industria que funcione de modo planificado, emancipada de la dominación capitalista, merced al esfuerzo común de toda la sociedad presupone con más motivo hombres con aptitudes desarrolladas universalmente, seres humanos capaces de orientarse en todo el sistema de la producción. Por consiguiente, bajo el comunismo desaparecerá del todo la división del trabajo, minada ya en la actualidad por la máquina, la división que hace que uno sea campesino, otro, zapatero, un tercero, obrero fabril, y un cuarto, especulador de la bolsa. La educación dará a los jóvenes la posibilidad de asimilar rápidamente en la práctica todo el sistema de producción y les permitirá pasar sucesivamente de una rama de la producción a otra, según sean las necesidades de la sociedad o sus propias inclinaciones. Por consiguiente, la educación los liberará de ese carácter unilateral que la división actual del trabajo impone a cada individuo. Así, la sociedad organizada sobre bases comunistas dará a sus miembros la posibilidad de emplear en todos los aspectos sus facultades desarrolladas universalmente. Pero, con ello desaparecerán inevitablemente las diversas clases. Por tanto, de una parte, la sociedad organizada sobre bases comunistas es incompatible con la existencia de clases y, de la otra, la propia construcción de esa sociedad brinda los medios para suprimir las diferencias de clase.

En la sociedad comunista, al reducir al mínimo el trabajo indispensable hasta que represente una porción insignificante de las ocupaciones de los seres humanos, las personas podrán dedicar sus energías al ocio creativo de la ciencia, el arte y la cultura, y desplegar así todas las capacidades humanas y establecer una relación más armónica con la naturaleza. Nada más lejos del culto al trabajo (stajanovismo) con que las direcciones estalinistas quisieron tergiversar el comunismo.

En el comunismo, se terminarán también los antagonismos entre el campo y la ciudad. Toda la organización agraria estará pensada para garantizar los recursos alimenticios que requiere el conjunto de la sociedad pero no a nivel de un país o a nivel Estatal. Se construirán a nivel global, establecimientos agrícolas con tecnología de punta que, además de aprovechar todos los avances tecnocientíficos, desarrollaran mecanismos de explotación agraria y agropecuaria ecológicos, con fertilizantes sustentables que no dañen al ambiente, pesticidas regulados que no atenten contra la flora y la fauna de acuerdo a cada hábitat. Y justamente la biotecnología, al no estar al servicio de Monsanto y compañía, podrá estar puesta al servicio de satisfacer las necesidades alimenticias a escala planetaria con el cuidado de que los organismos genéticamente modificados, de utilizarse, no hagan daño al ambiente. Al no haber estados, la transportación de productos será libre y efectiva, así que las sabrosas vides argentinas y francesas podrán servir la mesa de vino de los pobladores de África y Centroamérica. La ciudad y la industria darán tanto al campo, como el campo a la ciudad y la industria y de diluirán las fronteras entre ambos sectores que estarán integrados en un solo proceso de producción planificada.

En el comunismo desaparecerá el dinero. Si bien en la economía de transición, requeriremos de una moneda firme que permita regular los salarios, los precios y la calidad de las mercancías, en el comunismo abandonaremos la moneda y la sustituiremos por un sistema de control administrativo. Entonces el dinero será un vale común y corriente, como el boleto del colectivo o la entrada al teatro. A medida que el socialismo avance también desaparecerán estos vales; ya no será necesario el control, ni en dinero ni administrativo, sobre el consumo individual, puesto que habrá suficientes bienes como para satisfacer las necesidades de todos.
Cuando organicemos la sociedad para producir en función de las necesidades humanas y no de las ganancias individuales, toda la población se nucleará en nuevas tendencias y grupos que tomarán decisiones y puntos de vista sobre todo los órdenes de la vida social. Los debates científicos, filosóficos artísticos y sociales dejarán las galerías y los claustros: no habrá más quemas de libros, ni prohibiciones de enseñar la teoría evolutiva (más aún la teoría evolutiva se discutirá, se superará, encontrará nuevos bríos o nuevas vertientes).

La sociedad toda discutirá sobre la economía, la inversión en transportes, la agricultura, como ayudar a que los países que fueron condenados a la opresión avancen rápidamente hacia una mayor elevación social y cultural, el programa espacial, la eugenesia, la utilización de células madre, etc. Todo estará puesto a debate.

Pero el comunismo no es un estado que puede implantarse coercitivamente por una burocracia, ni un “partido único”. De hecho no está llamado a existir junto a ninguna forma de Estado ni con la existencia de clases sociales, como pretendió hacer creer el stalinismo en sus diversas variantes. La construcción del comunismo solo puede ser el fruto de una actividad consciente. El desarrollo de la más amplia democracia obrera basada en los organismos de autoorganización como los soviets es el único medio para avanzar hacia el comunismo y la extinción de toda forma de Estado.
Por eso, los comunistas en el capitalismo contemporáneo, tratamos de actuar de acuerdo a nuestros fines estratégicos aún en las pequeñas luchas, la práctica política cotidiana, las huelgas, nuestra vida diaria. Nuestra actividad revolucionaria cotidiana está orientada por nuestro objetivo estratégico, que es la emancipación absoluta de los seres humanos, somos ajenos a los métodos del stalinismo, que abandonó el horizonte emancipador del marxismo, degradó su práctica política, su teoría y su ideología convirtiéndose en el aparato contrarrevolucionario articulado en los sótanos de la KGB. Nuestros métodos están indisolublemente ligados a nuestros fines.

Parafraseando a Trotsky de nuestra mezcla de razas surgirá un nuevo tipo de hombres, el primero en merecer el nombre de Hombre.









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