Declaración de urgencia ante la muerte de Hugo Chávez

Venezuela sin Chávez: se abre una nueva etapa

07 Mar 2013   |   comentários

Este martes 5 de marzo, en horas de la tarde, el vicepresidente se dirigía al país anunciando el fallecimiento del presidente Chávez, producto del cáncer que se le diagnosticara a mediados de 2011. Es indudable que la muerte de Chávez causa una gran conmoción nacional con fuertes repercusiones internacionales, y no es para menos, se trata de la desaparición física de quien durante casi década y media gobernó Venezuela, encabezando un importante cambio de régimen político y un proyecto que lo llevó a ser el centro de importantes enfrentamientos políticos y sociales durante los últimos años, un proyecto político que concentró (y aún hoy concentra) las expectativas y las esperanzas de la mayoría del pueblo trabajador, un líder de masas que ingresó a la historia política nacional hace dos décadas y desde entonces no salió de ella, al contrario pasó a ser la figura principal de la misma. Chávez tuvo además una gran influencia en América Latina, e incluso a nivel mundial. Sin duda, es desde ya una de las personalidades políticas más importantes de la historia nacional de las últimas décadas.

Desde la LTS (Liga de los Trabajadores por el Socialismo) comprendemos y respetamos la tristeza de muchos trabajadores y trabajadoras, campesinos y campesinas, y del pueblo pobre, por la muerte de Chávez. Repudiamos todo “festejo” de la derecha local y del imperialismo. Sin embargo, precisamente por tratarse de un dirigente político que se autodefinía como representante de los intereses el pueblo trabajador y pobre, y su desaparición física es motivo de discusiones sobre su legado, como socialistas revolucionarios no compartimos el balance que se hace desde el gobierno nacional venezolano y simpatizantes del chavismo a nivel internacional, pues, como hemos sostenido en estos años y desarrollaremos a continuación, no fue Chávez expresión de un liderazgo revolucionario ni anticapitalista.

Decenas de miles de venezolanos/as, trabajadores y jóvenes de los sectores populares asistieron a los funerales de Hugo Chávez. El impacto por su muerte se sintió en América Latina. Este dolor se explica porque, comparado con los partidos neoliberales del régimen del “punto fijo”, Chávez hizo una redistribución aunque muy limitada de la renta petrolera que creció bajo su gobierno de manera exponencial, ya que el barril de petróleo pasó de 20 a más de 100 dólares. De esta manera dio ciertas concesiones al movimiento de masas, sobre todo a los sectores más pobres como en el campo de la salud y de la educación, teniendo en cuenta que la pobreza había alcanzado al 80% de la población a fines de los ´90. En su etapa más de “izquierda” luego de que la movilización popular derrotara golpe de estado de abril de 2002 llevado adelante por la derecha y el empresariado, con el aval de la embajada norteamericana y gobiernos conservadores como el de Aznar del Estado español, Chávez tomó algunas medidas como la reversión parcial de las privatizaciones de los ’90 (recomprando algunas empresas a precios de mercado), o el rechazo al ALCA, la política de libre comercio impulsada por Estados Unidos, que le permitieron ganar un amplio apoyo.

Pero a pesar de ciertas concesiones al movimiento de masas y de sus roces con la Casa Blanca, sobre todo bajo la presidencia de Bush, Chávez no fue un “revolucionario” o un “antiimperialista”, muy lejos estuvo de eso. En realidad, su llegada al poder permitió una salida a la crisis de dominio de la burguesía tras el Caracazo de 1989, recomponiendo la autoridad del Estado, sobre todo las Fuerzas Armadas, y mediante una Asamblea Constituyente, reemplazó la desprestigiada IV República por un nuevo régimen “bolivariano”, basado en mecanismos plebiscitarios, un régimen bonapartista articulado en torno de la figura presidencial. Para cumplir este papel Chávez, basándose en las Fuerzas Armadas y apoyándose fundamentalmente en los pobres urbanos, construyó un régimen con rasgos de lo que los marxistas llamamos “bonapartismo sui generis de izquierda” en sus momentos más de izquierda, es decir, regímenes que otorgan ciertas concesiones al movimiento de masas para ganar su apoyo y maniobrar frente a la presión imperialista y el capital extranjero, sin llegar nunca a superar la dependencia y el atraso en los marcos de la propiedad privada capitalista. Pero en esencia, Chávez expresó una forma de conducir la sociedad burguesa en crisis, precisamente ante la ausencia de un proceso revolucionario real que llevara a las clases explotadas a la cabeza del poder político, ante la ausencia de una revolución que elevara a los trabajadores a la condición de clase dirigente del país, apareció este liderazgo bonapartista, surgido de las propias fuerzas armadas burguesas.

Por esta política, Chávez tuvo un gran apoyo, principalmente entre los sectores más pauperizados de la sociedad, y gozó de una gran simpatía en América Latina y sectores de la izquierda mundial, y una férrea oposición patronal, a pesar de que en sus 14 años de gobierno los grandes sectores económicos y empresariales jamás vieron tocados sus intereses, y más aún siempre mantuvieron su ganancias. Bajo el chavismo, el Estado tuvo un rol más intervencionista en la economía, aunque de conjunto esta intervención estuvo al servicio de preservar los intereses de la burguesía nacional, incluidos nuevos sectores –la llamada “boliburguesía”- que se enriquecieron de la mano del chavismo. A la vez, se generó una gran burocracia estatal que vive y hace sus negocios a partir de la administración de empresas clave que pertenecen a la nación como las petroleras, las industrias básicas, las de telecomunicaciones y de otras áreas económicas.

Los límites del nacionalismo burgués de Chávez

Después del golpe derrotado de 2002, el chavismo inició un proceso de nacionalizaciones, retornando a la esfera del Estado las viejas empresas que habían sido privatizadas en los ‘90, entre ellas Cantv, Banco de Venezuela, Sidor, etc., esta última que había sido adquirida por un precio irrisorio por Techint, y otras empresas privadas como cementeras y alimenticias. Sin embargo, estas nacionalizaciones fueron en realidad compras realizadas a precio de mercado, por lo que estas patronales y grandes grupos económicos no vieron afectados sus intereses.

En cuanto a la estructura económica, bajo Chávez el capitalismo venezolano no superó su carácter atrasado, basado exclusivamente en el ingreso de la renta petrolera y poco y nada de un desarrollo industrial diversificado. El aumento generalizado de las importaciones en los últimos años (se importa un porcentaje muy alto de alimentos de consumo básico), la dependencia extrema del petróleo, el vertiginoso sobreendeudamiento estatal y las altas tasas de inflación siguieron corroyendo una economía cuyo padrón de acumulación rentístico en nada ha cambiado en la casi década y media que llevó Chávez en el gobierno. Incluso en el área del petróleo, más allá de un fuerte discurso nacionalista de control estatal de los hidrocarburos, la constitución de empresas mixtas en las que el Estado controla el 60% de las acciones, las transnacionales con el 40% restante no solo eran partícipes en los negocios de la producción y las exportaciones sino que se transformaron en dueñas de los activos, es decir, se apoderaban del 40% completo de la empresa misma a lo que antes no tenían posibilidades de acceder. Al momento en que Chávez dejó el gobierno, de cada 100 dólares que ingresaban al país por exportaciones, apenas 4 dólares no provenían del petróleo. Esto implica que ante la eventualidad de una caída abrupta de los precios internacionales del petróleo, los imperialistas intentarán cobrarse su deuda –a la que Chávez pagó puntualmente- con los activos o llevando al país a una crisis de cesación de pagos. Fue por eso que, dejando una economía en tales circunstancias, desde el punto de vista burgués, solo les queda iniciar un camino de “ajustes” para hacer recaer sobre las masas trabajadoras y pobres el peso del endeudamiento estatal. Ajustes que ya había anunciando Chávez y que iniciaron con su puño y letra en la devaluación de principios de febrero pasado. Unos “desequilibrios” económicos y “contradicciones” insalvables de la propia lógica de su proyecto, pues tienen una razón clara y sencilla: la convicción de Chávez de no romper con el capitalismo.

En lugar de llevar adelante un proceso de abolición de la propiedad burguesa (nacional y extranjera) y socialización de las riquezas como base para la resolución de los problemas nacionales y de las masas obreras y populares, el chavismo optó por renegociar porciones de la renta petrolera con las trasnacionales, aumentar impuestos (incluido el IVA) y desarrollar un enorme endeudamiento del país, es decir, pedirle prestado precisamente a los banqueros y gobiernos capitalistas.

La relación con el imperialismo

En el plano externo, durante la presidencia de George Bush, Chávez buscó una política exterior independiente y de confrontación, con un fuerte discurso antinorteamericano, el que fue modificando en un giro político a mitad de su segundo mandato colaborando en mantener el orden regional. No participó de la ocupación de Haití impulsada por Estados Unidos y garantizada por los gobiernos latinoamericanos, entre ellos el argentino y el brasileño, mantuvo una estrecha relación con Irán, se opuso a las guerras de Irak y Afganistán, y más en general a la “guerra contra el terrorismo” llevada a cabo por Bush. La renta petrolera le permitió al chavismo ampliar su influencia regional, haciendo un uso diplomático de la venta del petróleo a bajo precio a países como Nicaragua, Honduras, entre otros. Pero más particularmente, esta política se expresó en la relación con Cuba, en la que Venezuela se transformó en un verdadero sostén para que la isla pudiera subsistir, entregándole petróleo a precios subsidiados, pero promocionando al mismo tiempo la apertura pro-capitalista de la burocracia castrista. Como parte de esta política de ganar influencia regional, el chavismo puso en pie el ALBA, que pretendía antagonizar con los proyectos de libre comercio impulsados por el imperialismo.

Sin embargo, tomada de conjunto, la política exterior de Chávez jugó un papel clave en mantener y colaborar para la estabilización del orden regional en América Latina, incluso impulsando instituciones regionales como la UNASUR de la que si bien está excluido Estados Unidos, no es antagónica con los intereses del imperialismo en la región.

Con la asunción de Obama, el régimen chavista planteó una política más conciliadora con Estados Unidos, esto además de sufrir retrocesos, como el golpe de estado en Honduras contra Manuel Zelaya, uno de los aliados de Chávez y miembro del ALBA. Este giro hacia una política más “moderada” y contemporizadora llevó a que Chávez terminara reconociendo, tras acuerdos con el presidente Santos de Colombia, al gobierno de Porfirio Lobo, hijo directo del golpismo hondureño. Donde más se evidencia este giro es en la política hacia las FARC colombianas, en la que Chávez pasó de exigir que se reconozcan como fuerza beligerante a colaborar directamente, con la actuación incluso de los servicios de inteligencia, con la política de Juan Manuel Santos de persecución a dirigentes guerrilleros de las FARC y por tanto a contribuir a su cerco por parte del ejército genocida colombiano, llegando hasta la entrega de militantes de las FARC que se refugiaban en territorio venezolano.

En los últimos años, Chávez fue relegando a un segundo plano su plan del ALBA, que está muy debilitado, e ingresó directamente al MERCOSUR centro de verdaderos negocios capitalistas de las burguesías latinoamericanas del Cono Sur y de las transnacionales que operan en dichos países.

Por último, bajo un supuesto “antiimperialismo”, Chávez terminó apoyando dictaduras odiadas como la de Kadafi en Libia o la de Assad en Siria, mientras masacraban a sus propios pueblos.

Qué significó el “Socialismo del siglo XXI”

Chávez no se cansó de hablar del “Socialismo del siglo XXI”, pero como ya explicamos este supuesto “socialismo” no significó más que algunas reformas, manteniendo y recomponiendo el régimen de dominio burgués y garantizándole los negocios a los capitalistas. Y es que este “Socialismo del siglo XXI” no significó otra cosa, más allá de sus políticas redistributivas como han sido las Misiones que implicaron cierta distribución de la renta petrolera, que un régimen y gobierno de desvío y de contención del movimiento de masas, en uno de sus períodos de ascenso de luchas y de cuestionamiento al orden imperante. El “Socialismo del siglo XXI” de Chávez, deja la misma sociedad de explotación y opresión, matizada con dosis de “justicia social”, donde ha variado muy poco la realidad de un país con las “desigualdades sociales” propias de la sociedad de explotación. Los datos oficiales muestran que para el 2010 el 20% más rico de la población se quedaba con el 45% del ingreso nacional, mientras al 20% más pobre le correspondía apenas un mísero 6%. Las familias que conforman el 40% de la población con menores ingresos no obtienen siquiera una quinta parte del ingreso nacional (apenas recibieron un 18%). Todo esto mientras siguen en pie los negocios de los empresarios y banqueros, tanto nacionales como extranjeros, llevando los ricos y la clase media alta una vida ostentosa.

Para el chavismo, se puede hablar de socialismo aun cuando no se busque abolir la propiedad burguesa ni destruir el Estado burgués; se puede ser “revolucionario” sin desarrollar el poder obrero y popular contra los capitalistas y su Estado, sino más bien fortaleciendo la confianza en el Estado de los capitalistas; se puede ser anticapitalista aun cuando se garantice en todo momento la propiedad y negocios capitalistas, combinados con elementos de propiedad estatal y dosis de regulación estatal; se puede ser “obrerista” aun cuando no solo se preserva la explotación de los trabajadores sino que se desarrollan discursos y políticas que criminalizan las luchas obreras que desafían la voluntad patronal o del Estado. Esa inconsecuencia entre el discurso y la práctica es parte de un legado que no esclarece sino que confunde la conciencia de clase de los explotados.

La criminalización de las protestas obreras y populares

Bajo el chavismo se constituyó un entramado judicial que criminaliza y penaliza la protesta obrera y popular, un conjunto de leyes gracias a las cuales se considera un crimen hacer huelgas, paros, movilizaciones o asambleas en una gran cantidad de lugares, áreas productivas y de trabajo. Es por este conjunto de leyes que más de un centenar de trabajadores y trabajadoras han sido objeto de juicios o medidas de restricción a su actividad sindical y política en los últimos años, incluyendo la cárcel, de lo que fue caso emblemático el ferrominero Rubén González preso más de año y medio por hacer huelga, y condenado a 7 años y medio de cárcel, liberado solo por la presión obrera que se venía. Es un legado de coacción y disciplinamiento patronal de la voluntad y luchas obreras, que muy lejos de ayudar al avance de los trabajadores, al contrario lo que hace es contribuir al temor, la desmoralización y la sumisión a las condiciones de la explotación. ¡Todas leyes aprobadas por iniciativa de la mayoría chavista en la Asamblea Nacional, sin la más mínima oposición de Chávez, todo lo contrario!

En este sentido, para el régimen chavista, hay que alabar a los trabajadores y trabajadoras cuando marchan ordenadamente tras el gobierno y limitan sus iniciativas de lucha a los marcos del “socialismo con empresarios”, pero hay que desacreditarlos y atacarlos, verbal y físicamente, cuando desarrollen sus métodos y exigencias de lucha combativos sin tutela estatal. El propio Chávez más de una vez encabezó discursos y ataques contra luchas duras de trabajadores, incluso llegando a amenazar con militarizar fábricas o empresas estatales si los trabajadores insistían en sus exigencias o medidas de lucha, ordenando directamente la actuación de los cuerpos de “inteligencia” contra dirigentes sindicales. En general, Chávez deja como herencia política para sus continuadores y para las masas, que los explotados y pobres deben confiar y ser agradecidos con el Estado burgués.

Conciliación de clases

Chávez deja como herencia la idea nada revolucionaria ni socialista de la colaboración de clases, es decir, de una “patria” y una “nación” donde convivan explotados y explotadores, ricos y pobres. Una ideología que no busca desarrollar la lucha de los explotados hasta el final contra sus explotadores para derrocarlos y construir un nuevo orden social, sino que pregona la convivencia entre explotados y explotadores, que no quiere abolir la sociedad de clases, sino que quiere que la explotación de clase continúe… aunque enfocada hacia “la grandeza de la patria”.

Hay que resaltar mucho el hecho de la reconstitución de la legitimidad y autoridad de las fuerzas armadas burguesas. Chávez inculcó una idea de hermanamiento del pueblo trabajador con esas fuerzas armadas. Pero son las mismas fuerzas que, por solo dar algunos pocos ejemplos: reprimieron a los trabajadores de Petrocasa en Carabobo, reprimen a los trabajadores de las empresas básicas e Guayana; reprimieron a los obreros de la Sanitarios Maracay bajo gestión obrera y a muchos otros de otras fábricas de Aragua; reprimieron a los trabajadores y militantes solidarios con la lucha en Galleteras Carabobo; reprimieron a los obreros de la Mitsubishi en Anzoátegui asesinando a dos de ellos; reprimieron a los obreros petroleros que trabajan para la Compañía Nacional de Petróleo China (CNPC); reprimen a los damnificados cuando exigen viviendas; reprimen a los pueblos originarios cuando exigen sus derechos; reprimen a los campesinos cuando ocupan tierras; son cómplices del sicariato terrateniente contra campesinos e indígenas yukpa; etcétera, etcétera. ¡Esas son las fuerzas represivas del Estado burgués con quien Chávez decía que había que hermanarse!

Pero mientras alienta la conciliación con los capitalistas, el chavismo introdujo elementos que pueden llevar al enfrentamiento entre los sectores más pobres y la clase trabajadora, contraponiendo los salarios a los recursos para las misiones, y las luchas obreras a los intereses “del país”.

La etapa post-chavista

Si durante casi tres meses de ausencia se vivió un período de incertidumbre y de indefinición política, acrecentado por el secretismo de Estado, que había abierto una crisis política por el vacío generado por la ausencia de Chávez, más allá que desde las altas esferas se quiera dar una apariencia que se gobierna en normalidad, ahora con la muerte de Chávez esta crisis es indiscutiblemente abierta. No estamos hablando apenas de una crisis de coyuntura política, sino de esa forma de gobernar sustentada alrededor de una figura fuerte, cristalizándose en una personalidad política, que se propuso elevarse por encima de las clases, e incluso por encima de las distintas fracciones de la clase dominante en todo este largo período político, lo que llamamos de bonapartismo, basado en unas fuerzas armadas altamente politizadas.

Si bien Chávez muere teniendo importantes grados de popularidad como se evidenciaron en las dos últimas elecciones, esto no significa que la situación que se atraviesa no esté tensada por traumas políticos, difíciles de conjurar, más aún, cuando se discute una transición forzada por las circunstancias y en un enmarañamiento de contradicciones, una transición hacia una etapa post-chavista. Pues bien sabemos que todo esto no depende exclusivamente de la popularidad que Chávez supo tener, sino del entramado de las fuerzas internas con pujas e intereses propios dentro de las facciones políticas del partido de gobierno conocido por sus claras diferenciaciones políticas, pero también a las demás fracciones burguesas, e incluso del propio imperialismo que sigue atentamente la situación del país. Una situación traumática porque el papel de árbitro de Chávez no puede ser desempeñado por ninguna figura aunque fuere designada, tal como es el caso de Nicolás Maduro, por mucho que gane las próximas elecciones presidenciales, ni mucho menos por ninguna nueva camarilla que pacte entre ella para intentar mantener un chavismo sin Chávez. Es que el equilibrio de las fuerzas basado en un bonapartismo tenía una base de inestabilidad permanente, pues era claro que el bonapartismo personal de Chávez, por su propio carácter, se convertiría en generador de caos si desaparecía físicamente, y este es el caso.

Desde las fuerzas de la oposición de derecha, y sobre todo desde su eventual candidato presidencial para las elecciones que se convocarán, Henrique Capriles Radonski, que ya venían en actitud pre-electoral, renovó “el compromiso del diálogo y la paz en Venezuela y extienden su mano a las autoridades del Gobierno”, manifestando también que "Esta no es la hora de las diferencias sino de la paz y la unión", buscando seguramente una transición pactada hacia una nueva forma de dominio político. Aunque luego de las dos derrotas consecutivas que ha tenido electoralmente, y que la han dejado desarticulada y con sus divisiones internas acentuadas, en estas futuras elecciones la oposición buscará establecer un reposicionamiento mejor en la correlación de fuerzas en las discusiones del post-chavismo.

Aún es incierta la forma en que se dará el post-chavismo, los reacomodos que hoy vemos en el juego y la pugna de los sectores de los grupos dominantes y bonapartistas del aparato estatal, como la expresión clara de los conflictos por alumbrar de un nuevo sistema de dominio con el que buscarán reemplazarlo, irán reconfigurando la nueva etapa que se abre. Si ya desde diciembre y febrero, se venía observando una situación política tomando un curso sinuoso y con contornos indefinidos, sin Chávez todo lo que parecía sólido comienza a desvanecerse o al menos a perder consistencia, abriéndose una nueva etapa política en el país.

Los desafíos de la clase obrera en la nueva etapa política

Tras la muerte de Chávez, los trabajadores no pueden aceptar el chantaje que desde el gobierno seguramente se les presentará, ni entrar tampoco en la demagogia abierta que ha venido presentando la oposición de derecha con su cínica pose “antidevaluatoria”, cuando son también los principales impulsores de medidas capitalistas. Se le plantea a la clase obrera y el conjunto del pueblo pobre nuevos desafíos, etapa en la que es imprescindible orientarse con total independencia política y de clase preparándose en la situación que se abre, y no terminar siendo carne de cañón de las disputas de los de arriba en sus discusiones de un post-chavismo y completamente a sus espaldas.

Por eso, mientras el chavismo desde el gobierno se reacomoda tras la muerte de Chávez y se prepara para “ajustar” su modelo de administración del capitalismo nacional en función de reducir los pocos elementos de llamada “justicia social” en favor de mayores niveles de explotación y sostenimiento de las ganancias patronales, y se prepara también la nueva elección presidencial, mientras la oposición burguesa se prepara con demagogia para estas mismas elecciones presidenciales, los trabajadores debemos prepararnos desde ya para luchar organizados y con contundencia por lo que nos corresponde, para arrancarle a los patronos, sean públicos o privados, al gobierno nacional y los gobiernos regionales, mejores salarios, el cumplimiento de las contrataciones colectivas, mejores condiciones de trabajo, coordinándonos desde las bases en lucha, sin depositar confianza en ninguno de los dos bandos que por ahora se disputan la gestión de la sociedad burguesa y que discuten el post-chavismo.

Pero mientras tanto el ataque al bolsillo del pueblo trabajador continúa, como significó la reciente devaluación que se suma a la alta inflación. Por eso decimos que ante la devaluación, el incremento en los precios y la inflación, es necesario luchar por aumentos salariales que cubran la canasta básica familiar y la escala móvil de salarios, es decir, que si la inflación aumenta también debe aumentarse automáticamente el salario. Dinero para salarios y las necesidades obreras y populares, no para la banca y el capital imperialistas, no al pago de la deuda externa. En vez de pechar al pueblo trabajador que se impongan impuestos progresivos a los capitalistas, las grandes fortunas y las ganancias. Por la total nacionalización de la banca bajo control de los trabajadores, para que se destinen los recursos nacionales a un plan de obras públicas, viviendas, escuelas y hospitales que emplee todas las manos disponibles y garantice un salario acorde a la canasta familiar a la que hoy la amplia mayoría de los trabajadores no alcanza. Por el monopolio del comercio exterior. Cese de la persecución y anulación de las causas judiciales contra los más de dos mil luchadores obreros y populares, basta de criminalización de las luchas, no más muertes obreras ni de dirigentes de pueblos originarios, justicia frente al vil asesinato de Sabino Romero.

Para dar esta lucha hasta el final es necesario que al calor de la experiencia de lo que ha significado el legado de Chávez, la clase obrera se alce en una perspectiva superior, donde sea ella la que forje su propio destino y decidan sus propios pasos y métodos de lucha, peleando por la constitución de organismos de autodeterminación y autoorganización de los propios trabajadores, por sindicatos militantes, independientes del Estado y los patronos, que peleen decididamente por la independencia de clase y la democracia obrera, para barrer esa burocracia sindical que no es otra cosa que correa de transmisión de los intereses patronales o del gobierno.

La independencia política es clave, aunque para encauzar esta lucha más decididamente es necesario la construcción de un partido obrero revolucionario e internacionalista, que lleve la lucha hasta el final, pues no habrá solución a las demandas fundamentales si no es en el combate decidido en la perspectiva de la lucha por un gobierno propio de los trabajadores y el pueblo pobre. El régimen chavista demostró que la burguesía es incapaz de conducir la lucha por la liberación nacional con respecto al imperialismo y conquistar la unidad de América Latina. Frente a los proyectos burgueses como el MERCOSUR o el ALBA el camino es avanzar hacia una Federación Socialista de América Latina.

06-03-2013









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