Debate con Emir Sader

No hay otro mundo posible bajo el capitalismo

15 Nov 2007   |   comentários

En el marco del V congreso “Marx Internacional”, Emir Sader (ES) hizo una participación a la que tituló “El otro mundo posible en América Latina”, cuya síntesis apareció en el suplemento Semanal del periódico La Jornada.

A continuación, intentaremos debatir sintéticamente con las posiciones de Sader, que guardan muchos puntos de similitud con varias ponencias presentadas en el Semin1ario de Pensamiento Crítico realizado recientemente en la Fac. de Filosofía y Letras de la UNAM.

El ALBA como proyecto de integración latinoamericana burguesa

Para ES la construcción del Alba es la vía para la construcción de ese nuevo mundo. Según él, este proyecto “(...) es posible solamente fuera de las relaciones mercantiles” ya que el Alba se trataría de un tratado de “comercio solidario complementario”. La nueva “geopolítica sudamericana” intenta sacar ventaja de la crisis de la hegemonía norteamericana que, producto de su aventura guerrerista en Irak, ha implicado para América Latina un “aflojamiento de las cadenas” del dominio imperial. La apuesta es resistir en mejores condiciones las imposiciones imperialistas, en una suerte de “bloque regional”. Pero, a pesar de la retórica antinorteamericana de Chávez que lo ha posicionado como la oposición “antiimperialista” en el continente, su proyecto no cuestiona el que los países latinoamericanos son semicolonias subordinadas a los Estados Unidos y los imperialismos europeos ni ataca las bases de esta dominación imperialista.

El ALBA pretende el consenso de las burguesías de la región, donde el propio Chávez ha ofrecido incorporar a trasnacionales como Repsol. El proyecto económico de estos gobiernos tiene patas cortas, y mientras las burguesías mantienen estrechos lazos con el capital imperialista, se enfrentan entre sí producto de conflictos geopolíticos, como lo muestran los conflictos diplomáticos entre Chile y Bolivia, Colombia y Venezuela o Brasil y Argentina, todos motorizados por los intereses contrapuestos de los grandes gigantes latinoamericanos como Petrobras, Odebrecht, Techint, etc. De hecho, este proyecto está cruzado por diferencias internas, en primer lugar con los gobiernos más pronorteamericanos como el de Calderón, o los acuerdos bilaterales con EUA acordados por Uruguay, Chile y parte de Centroamérica. El ALBA es un proyecto en función de los intereses de las burguesías nativas y su regateo con el imperialismo, que son adversarias de los intereses de los trabajadores y pueblos latinoamericanos.

De lo social a lo político

Pero en la perspectiva de Sader no es solo a través de la construcción de la integración económica que se gesta otro mundo posible. Según su lógica, con la irrupción de las crisis del neoliberalismo, en nuestro continente se desarrollaron importantes movimientos de resistencia en México, Brasil o Argentina, que encuentran respuesta en el ascenso de estos gobiernos. Al respecto plantea: “Es así que surgieron los primeros gobiernos como expresión del rechazo al neoliberalismo: el de Hugo Chávez, en 1998; el de Lula, en 2002; el de Kirchner, en 2003; el de Tabaré Vázquez, en 2004; el de Evo Morales, en 2006; el de Rafael Correa, en 2007”. El ascenso de los mismos, esta superando el estadio de resistencia e imponiendo hegemonía por medio del gobierno.

Lo que Emir Sader llama la “resistencia social contra el neoliberalismo”, fueron semiinsurrecciones y levantamientos de los trabajadores, campesinos e indígenas, que en el Cono sur llegaron a tirar a varios gobiernos. Muchos de los mismos surgieron como luchas reivindicativas contra los planes neoliberales y avanzaron hacia reivindicaciones políticas, como la demanda de un sector de las masas por una Asamblea Constituyente en el levantamiento boliviano de 2003. Los límites de los mismos radicaron en una debil participación de la clase obrera y en el peso que tuvieron las direcciones reformistas.

La hegemonía de los gobiernos postneoliberales es adversa a la hegemonía de los explotados

En este sentido, ES plantea que una vez superada la fase de resistencia social contra el neoliberalismo, asistiríamos a una situación donde “El modelo neoliberal se ha agotado a partir de las crisis en las tres economías más fuertes del continente: México, en 1994; Brasil, en 1999, y Argentina, en 2001. A partir de esta última se ha abierto un nuevo período histórico en América Latina: salimos del período de resistencia al neoliberalismo para entrar al período de disputa por la hegemonía.”

La lectura de Sader sobre el carácter progresivo de estos gobiernos es un lugar común entre la intelectualidad y la izquierda latinoamericana que ven en ellos una alternativa política a la “efervescencia social” de los años previos. Pero la hegemonía de estos gobiernos es contraria a los intereses de los explotados y oprimidos, y por ende no son el paso necesario de “las luchas sociales”. Los mismos surgieron como desvío y contención ante el embate de las masas. Y es que estos gobiernos, aunque tengan una retórica antineoliberal o “socialista del siglo XXI”, representan los intereses de clase de las burguesías desplazadas por el avance trasnacional, las cuales al mismo tiempo continúan atadas al capital imperialista. Su “hegemonía” es adversa a los explotados, como quedó demostrado en la crisis abierta en Haití donde Brasil, Chile, Argentina y Uruguay, bajo el mando norteamericano, intervinieron militarmente para pasivizar a las masas y preservar el régimen. En el terreno interno, estos gobiernos resguardan la explotación sobre los trabajadores para garantizar las ganancias capitalistas, como lo demuestra el “capitalismo andino” del MAS y el “socialismo con empresarios” bolivariano. Las demandas de las masas latinoamericanas no han sido resueltas, como sucedió con la Asamblea Constituyente en Bolivia, donde el MAS prefirió ceder a la presión de la derecha autonomista antes de convocar a la participación democrática de los trabajadores, cocaleros e indígenas bolivianos. Las empresas “mixtas” en Venezuela y el pago puntual de la deuda al imperialismo son las “grandes transformaciones” del socialismo del siglo XXI, mientras la oligarquía petrolera mira con beneplácito el ascenso de sus ganancias. Ni que decir del gobierno Lula, el garante del desarrollo capitalista trasnacional en Brasil y en la región.

La lucha política contra estas direcciones y por un partido de la clase obrera

En el mismo sentido, ES asevera que “En el período actual de lucha por una hegemonía alternativa, los principales protagonistas ya no son los movimientos sociales solos. Éstos fueron fundamentales en la época de la resistencia, pero no están adaptados para la lucha contra la hegemonía. No por casualidad los movimientos sociales bolivianos se han reunido y han fundado un partido –el mas. No por casualidad los venezolanos están en proceso de fundar un partido por el socialismo y bolivariano. No por casualidad los ecuatorianos han organizado una fuerza política para la construcción de su proceso postneoliberal.” Pero apoyar estos proyectos implica renunciar a construir herramientas políticas con independencia de clase, que encarnen en su programa y su composición los intereses de los trabajadores, los indígenas y los campesinos pobres de América Latina. Las heroicas luchas de los pueblos del sur latinoamericano carecieron de una herramienta propia para llevar hasta el final sus demandas, y su energía fue canalizada hacia partidos que no representan sus aspiraciones históricas. ¿O es qué los trabajadores venezolanos tendrán hegemonía en un partido con empresarios “socialistas” que los explotan? Para estar a la altura de futuros ascensos de la lucha de clases, es fundamental construir organizaciones de la clase obrera y sus aliados, los campesinos pobres y los pueblos originarios oprimidos durante siglos.

Una herramienta propia cuyo horizonte estratégico sea, la reforma del capitalismo, sino la revolución y el socialismo. Y que, bajo este norte, luche por concretar la reforma agraria radical, el derecho a la autodeterminación indígena, y la ruptura de todos los acuerdos comerciales y políticos con el imperialismo. Que luche para que las empresas entregadas al imperialismo sean nacionalizadas bajo control de los trabajadores, al igual que la banca y el comercio exterior.

Un programa como el planteado anteriormente solo puede hacerse real mediante la instauración de gobiernos de la clase obrera junto a sus aliados del campo y la ciudad, basado en los organismos de democracia directa, constituyendo así una hegemonía que será opuesta a la propuesta por los gobiernos antineoliberales.
América Latina se encuentra nuevamente ante la encrucijada de reforma o revolución. Los procesos abiertos de la lucha de clases son el caldo de cultivo donde podrán desarrollarse nuevas alternativas que apunten hacia una perspectiva revolucionaria. Es tarea de la izquierda socialista y revolucionaria, no vacilar en denunciar los límites y el carácter de clase de los proyectos antineoliberales, preparando las condiciones para la irrupción triunfante de los trabajadores, indígenas y campesinos pobres de nuestra América Latina.

En ese sentido, la perspectiva estratégica por la que luchar no puede ser la unidad burguesa basada en tratados comerciales como el Alba, sino la instauración de la Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina.









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