Historia

La Segunda Internacional, la lucha por el internacionalismo proletario

04 Apr 2013   |   comentários

Xara Makatya

La Segunda Internacional (SI) tuvo su primer congreso en 1889, con motivo del centenario de la Revolución Francesa. Esta organización internacional obrera conquistó secciones en Francia, Rusia, Austria, Suiza, Noruega, Suecia, España, Holanda, Italia, Bélgica, Inglaterra, EUA. Es conocida como la Internacional de la organización, al aglutinar a millones de trabajadores dentro de múltiples sindicatos y de los partidos que la formaban. El Partido Socialdemócrata Alemán (PSD) fue su más destacada sección al tener influencia sobre amplios sectores del movimiento obrero alemán, cientos de publicaciones teóricas y políticas, miembros del parlamento y organizar la primera Sección Femenina de la Internacional, con miles de mujeres tras la dirección de Clara Zetkin. A diferencia de la I Internacional –donde primaba la lucha de tendencias entre las corrientes de vanguardia al interior–, en la SI las posiciones hegemónicas fueron marxistas y se preparó el terreno para el “movimiento obrero masivo independiente”, disputándole la dirección del proletariado a la burguesía. Exigir la legislación del trabajo, la jornada de ocho horas y el derecho a la organización independiente de la patronal fueron las principales peleas de la SI. Esta organización surge en un período de auge del capitalismo que permitió a las burguesías imperialistas otorgar importantes concesiones al movimiento de masas. Fue el disfrute de estas mejoras lo que generó la ilusión, en las capas altas de la clase obrera, de que era posible, mediante un camino de reformas, llegar al socialismo.

¡Oportunistas fuera del partido!

Las posiciones marxistas primaron formalmente desde 1904. Con la Revolución Rusa de 1905 se fortaleció la confianza en el movimiento obrero y en las organizaciones revolucionarias, cimbrando el clima de adaptación, comodidad y escepticismo que había primado desde la derrota de la Comuna de Paris y surgió un ala en la IS que comenzó estrategia revolucionaria. El movimiento revolucionario tuvo un segundo aire, acelerando la Revolución Rusa la formación de partidos obreros en casi todos los países de Europa –y otros continentes, que se afiliaron a la SI–. Sin embargo, producto de la adaptación a la actividad legal y al conformismo que reinaba en el seno de las capas altas de la clase obrera, el ala reformista de la Socialdemocracia europea, en particular la del partido alemán, fue cobrando fuerza y acrecentando sus posiciones oportunistas. Se transformó, en el seno de la Internacional, en la representante de los intereses de las direcciones sindicales acomodadas –la aristocracia obrera– que gozaba de cómodas condiciones de vida en los países imperialistas a costa de la expoliación y despojo que sostenían sus burguesías en las semicolonias y países atrasados. El ala internacionalista (dirigida por Lenin, Luxemburgo, Trotsky y los bolcheviques rusos) peleó desde inicios del siglo XX contra los revisionistas que en su oportunismo abandonaron el programa revolucionario y capitularon a la burguesía (como el ala dirigida por Bernstein en Alemania). En su polémica contra Bernstein, Rosa Luxemburg combate las cómodas ilusiones de reformar al capitalismo, desmintiendo que el propio desarrollo del capital empujaría a mejoras que ya no necesitarían de una Revolución. Para Bernstein, la actividad parlamentaria garantizaba la conquista del “programa mínimo” –mejoras dentro de los marcos de los estados burgueses–, alejándose del “programa máximo” que englobaba el objetivo estratégico de la conquista del poder, la destrucción capitalista y la instauración de la dictadura del proletariado. Bernstein terminó centrando toda la importancia en el movimiento mismo al sostener que la presión desde el parlamento y las luchas sindicales en sí mismas serían suficientes para conquistar mejoras en el nivel de vida de la clase obrera: “No es precisa una revolución violenta para alcanzar el socialismo, porque puede llegarse a él mediante una evolución pacífica a través del sindicalismo y de la acción política”. El parlamentarismo se transformó así en estrategia y se abandonó la necesidad de forjar un partido revolucionario y militante. La desviación reformista llevó a escandalosas capitulaciones que negaban toda lucha contra el imperialismo con posiciones que pugnaba por mejorar las condiciones de trabajo de los habitantes de las colonias para moderar su explotación, o que argüían la existencia de dos clases de pueblos –los dominadores y los dominados (Bernstein)–. De aquí se desprendían posiciones xenófobas en torno al tema de la inmigración que dividían al proletariado en población de primera y segunda clase, según fueran parte de un país imperialista o una semicolonia, respectivamente. No sólo la vanguardia del movimiento obrero –los partidos revolucionarios y laboristas– sostenía estas erróneas concepciones, también el grueso de sus filas, sobre todo las capas altas y más acomodadas de la clase obrera, bajo influencia de sus direcciones pro-imperialistas. Es fácil rastrear desde aquí la justificación para voltear la espalda al proletariado internacional votando los créditos de guerra en 1914 que defendían la masacre imperialista y enviaron a millones de obreros como carne de cañón a los frentes.

La SI en bancarrota

Como resultado de las tendencias oportunistas que primaron en una abrumadora mayoría, la SI estalló en 1914. Los 111 diputados de la Socialdemocracia alemana votaron los créditos de guerra en el parlamento. La mayoría de la Segunda Internacional adoptaron una posición similar. El apoyo de estas direcciones a la campaña militar de sus burguesías los justificaron bajo la consigna de “defensa de la patria atacada”. Dirigentes como Karl Kautsky, el principal teórico de la socialdemocracia alemana, o Georgy Plejanov, otrora fundador del marxismo ruso, explicaban el carácter “defensivo” de las acciones encaradas por su respectivo Estado Mayor. Intentaron presentar, extemporáneamente, la guerra de conquista de un capitalismo totalmente reaccionario bajo el atuendo de las guerras nacionales que se habían desarrollado en el siglo anterior bajo el impulso de la burguesía en ascenso frente a las resistencias feudales.

Ante el apoyo de la Socialdemocracia internacional y los sindicatos a sus burguesías nacionales sólo una ínfima minoría internacionalista se opuso a apoyar la masacre imperialista bajo las banderas del internacionalismo proletario. Liebknecht, Luxemburg, Zetkin (PSD), los bolcheviques rusos dirigidos por Lenin y Trotsky y la sección austríaca de la SI, se propusieron entonces fue construir otra Internacional, que se jugara a ser una dirección revolucionaria para el movimiento obrero, sin conciliación de clase alguna. Frente a la guerra, levantaron la consigna de transformar la guerra imperialista en guerra civil. Según Trotsky, en 1914 “los revolucionarios cabían en cuatro coches”, pero avanzaron con una profunda moral y convencimiento en su empresa por reconstruir la Internacional que vio el asalto al cielo del proletariado Ruso en 1917.


Mujeres contra la guerra

En 1908, con el fin de la proscripción de la actividad política femenina, las mujeres entraron masivamente a las filas de la Internacional, entendiendo que la lucha contra el patriarcado es necesariamente una lucha contra el capitalismo. Clara Zetkin llegó a organizar más de 175 mil mujeres en la sección femenina del PSD.

Fue el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas (Marzo/1914) el primero que denunció la trampa burguesa de mandar a millones de obreros a la masacre imperialista. Ante el slogan del Congreso “El movimiento de mujeres no debe ser ni burgués ni proletario, sino un movimiento para todas las mujeres”, que desaparecía las diferencias de clase, las revolucionarias intentaron demostrar que la vida de una mujer burguesa no tenía punto de comparación con la vida de una trabajadora, obrera o campesina. Las mujeres proletarias reclamaban el derecho de unirse a los sindicatos, mejores salarios, una jornada de trabajo menos larga, la desaparición del trabajo infantil, el acceso a la educación, el derecho al divorcio y las mismas oportunidades para participar en los espacios públicos –históricamente masculinos–. Por el contrario, las feministas se sumaron al llamado patriota en defensa de sus naciones; este es el mejor ejemplo de que a las mujeres el sexo nos une pero la clase nos divide.

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