En homenaje a su vida y a su obra revolucionaria...

EL CASO LEÓN TROTSKY

31 Aug 2010   |   comentários

Traducido por primera vez al español por el CEIP León Trotsky, es una obra política, histórica y biográfica excepcional. Publicado por primera vez en 1937, este documento transcribe el testimonio de León Trotsky frente a la Comisión independiente presidida por el reconocido filósofo norteamericano John Dewey, que investigó las acusaciones hechas por Stalin y el gobierno soviético contra él en los Procesos de Moscú de 1936-1938.

En dichos Procesos fueron enjuiciados y fusilados todos los dirigentes del Partido Bolchevique durante la Revolución Rusa de 1917, así como los principales generales del Ejército Rojo, a excepción de Trotsky, el principal acusado en los juicios y el único que se encontraba forzadamente en el exilio.Con los procesos de Moscú, Stalin y la burocracia soviética depuraron masivamente el Partido Comunista ruso de revolucionarios, una política criminal que continuó hasta lograr el asesinato del propio León Trotsky, en agosto de 1940. Hoy, a 70 años de su asesinato y a más de veinte años de la caída del Muro de Berlín, este documento histórico que por primera vez llega al público de habla hispana, resulta un aporte invalorable para echar luz sobre las causas profundas que culminaron con la restauración capitalista en la ex Unión Soviética. Al mismo tiempo, es una fuente de primer orden para las nuevas generaciones que quieran conocer la tradición política y el legado revolucionario Trotsky y la IV Internacional, un legado que adquiere mayor vigencia cuando la crisis capitalista augura nuevos sucesos de la lucha de clases mundial, reactualizando las bases que dieron lugar a su surgimiento. El mejor homenaje que podemos hacer a este gran revolucionario es continuar difundiendo sus ideas entre los jóvenes, las mujeres y los trabajadores que despiertan a la vida política.


Fragmento de la Decimotercera Sesión de la Comisión Dewey, V. Autobiografía

He defendido la democracia soviética contra el absolutismo burocrático; la mejora del nivel de vida de las masas contra los privilegios excesivos de la cumbre del poder, la industrialización y la colectivización sistemáticas a favor de los explotados, y por último, la política internacional en el espíritu del internacionalismo revolucionario contra el conservadurismo nacionalista. En mi último libro, La revolución traicionada, intenté explicar teóricamente por qué el Estado soviético aislado, sobre las bases de una economía atrasada, ha construido la pirámide monstruosa de la burocracia, que fue casi automáticamente coronada con un líder “infalible” y más allá de todo control.
A medida que ahogaba al Partido por medio del aparato policial y aplastaba la oposición, la camarilla gobernante me desterró a Asia Central a principios de 1928. Al negarme a interrumpir mi actividad política en el exilio, me deportaron a Turquía a principios de 1929. Allí comencé a publicar el Boletín de la Oposición sobre la base del mismo programa que había defendido en Rusia, y entré en contacto con compañeros de ideas de todas partes del mundo, siendo aún muy pocos en aquel entonces.
El 20 de febrero de 1932, la burocracia soviética me privó a mí y a los miembros de mi familia que se hallaban en el extranjero de la ciudadanía soviética. Mi hija Zinaida, que estaba temporalmente en el exterior para recibir un tratamiento médico, se vio privada de la posibilidad de volver a la URSS para reunirse con su esposo e hijos. Se suicidó el 5 de enero de 1933.
[…] La línea política de mis libros, artículos y cartas habla por sí misma. Las citas extraídas de mis obras y presentadas por Vyshinsky representan, tal como demostraré, una falsificación burda; es decir, un elemento necesario de toda la fabricación judicial.
En el período de tiempo que va de 1923 a 1933, con respecto al Estado soviético, su partido dirigente y la Internacional Comunista, sostuve la opinión expresada en aquellas palabras grabadas: Reforma, no revolución. Esta posición estaba alimentada por la esperanza de que con una evolución favorable en Europa, la Oposición de Izquierda podría regenerar el Partido Bolchevique por medios pacíficos, reformar democráticamente el Estado soviético y encarrilar nuevamente a la Internacional Comunista en el camino del marxismo.
Sólo la victoria de Hitler, preparada por la política fatal del Kremlin, y la total incapacidad de la Internacional Comunista de extraer lección alguna de la trágica experiencia de Alemania, me convencieron a mí y a mis compañeros de ideas de que el viejo Partido Bolchevique y la III Internacional habían muerto para siempre en lo que respecta a la causa del socialismo. Así desapareció el único medio jurídico con el que esperaba poder llevar a cabo una reforma pacífica y democrática del Estado soviético. Desde fines de 1933, me he convencido cada vez más de que para que las masas trabajadoras de la URSS y la base social fundada por la Revolución de Octubre se emancipen del control de la nueva casta parasitaria es inevitable históricamente una revolución política. […]
La degeneración política de la Comintern, totalmente maniatada por la burocracia soviética, llevó a la necesidad de lanzar la consigna de la IV Internacional y de redactar las bases de su programa. […] He estado en contacto continuo con docenas de viejos amigos y cientos de jóvenes de todas partes del mundo, y puedo afirmar con toda seguridad y orgullo que precisamente de esta juventud surgirán los luchadores proletarios más firmes y confiables de la nueva época que se avecina. Renunciar a la esperanza de una reforma pacífica del Estado soviético no significa, sin embargo, renunciar a la defensa del Estado soviético. Como se demuestra especialmente en la colección de extractos de mis artículos a lo largo de los últimos diez años (“En defensa de la Unión Soviética”), que recientemente llegó a Nueva York, he luchado invariable e implacablemente contra toda vacilación sobre la cuestión de la defensa de la URSS. He roto más de una vez con mis amigos por esta cuestión. En mi libro La revolución traicionada, demostré teóricamente la tesis de que la guerra no sólo amenaza a la burocracia soviética, sino también a la nueva base social de la URSS, que representa un enorme paso adelante en el desarrollo de la humanidad. A partir de esta conclusión, se desprende el deber absoluto de todo revolucionario de defender la URSS contra el imperialismo, a pesar de la burocracia soviética.
Mis escritos del mismo período proporcionan un retrato inequívoco de mi actitud hacia el fascismo.
Desde el primer período de mi exilio en el extranjero, di la voz de alarma sobre la cuestión de la creciente ola fascista en Alemania. La Comintern me acusó de “sobreestimar” al fascismo y “entrar en pánico” ante él. Exigí el frente único de todas las organizaciones de la clase obrera. A esta perspectiva, la Comintern opuso la teoría idiota del “social-fascismo”. Exigí la organización sistemática de milicias obreras. La Comintern respondió alardeando sobre sus victorias futuras. Señalé que la URSS se vería gravemente amenazada en el caso de una victoria de Hitler. El conocido escritor, Ossietzky publicó mis artículos en su revista y demostró una gran simpatía por ellos en sus observaciones.
Todo fue en vano. La burocracia soviética usurpó la autoridad de la Revolución de Octubre para convertirla en nada más que un obstáculo para el triunfo de la revolución en otros países. ¡Sin la política de Stalin no habríamos tenido la victoria de Hitler! Los Procesos de Moscú, en un grado considerable, nacieron de la necesidad del Kremlin de obligar al mundo a olvidar su política criminal en Alemania. “Si se demuestra que Trotsky es agente del fascismo, ¿quién, entonces, considerará el programa y las tácticas de la IV Internacional?”. Tal fue el razonamiento de Stalin.
Es bien conocido que durante la guerra se declaró a todos los internacionalistas como agentes del gobierno enemigo. Tal fue el caso de Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Otto Ruehle y otros en Alemania, de mis amigos franceses (Monatte, Rosmer, Loriot, etc.), de Eugene Debs y otros en los Estados Unidos y, finalmente, fue el de Lenin y el mío en Rusia. El gobierno británico me encarceló en un campo de concentración en marzo de 1917 bajo el cargo, inspirado por la Ojrana zarista, de que bajo un acuerdo con el alto mando alemán, yo intentaba derrocar al gobierno provisional de Miliukov-Kerensky.
Hoy esta acusación parece un plagio de Stalin y Vyshinsky. En realidad, son Stalin y Vyshinsky quienes están plagiando el sistema de contraespionaje zarista y el servicio de inteligencia británico. […]









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