Del sismo del ’85 al huracán Odile: desastres naturales, desastres sociales

19 Sep 2014   |   comentários

Bárbara Funes - @BarbaraFunes2
México D.F.

Esta nueva temporada de huracanes tuvo su pico en el golpe de Odile en Baja California Sur (BCS). Más de 10.000 familias, que vivían en casas de cartón o madera, lo perdieron todo. No hay agua ni electricidad, y el combustible escasea. Pobladores denuncian que el gobierno informó a destiempo sobre el huracán, lo que les impidió prepararse.

El huracán Odile alcanzó la categoría 4 y más tarde descendió a 1, se desplazaba sobre la península de Baja California con vientos constantes de 175 Km/h. El ojo del huracán pasó a 60 kilómetros al oeste de La Paz. Hasta ahora dejó un saldo de 135 heridos.

Se convirtió luego en depresión tropical y provocó inundaciones en Caborca, Hermosillo, Guaymas y Puerto Peñasco, localidades rurales del estado de Sonora.

En Aconchi, uno de los municipios sonorenses afectados por el derrame tóxico de la mina Buenavista del Cobre (Grupo México), temen que estos temporales causen el derrumbe de numerosas viviendas construidas de adobe.


Baja California Sur: “estado de emergencia”

Saqueos, militarización, desabastecimiento. El reino del caos impera en BCS, en especial en Los Cabos, un reconocido centro turístico internacional.

Son los sectores populares, las trabajadoras y los trabajadores, los pequeños comerciantes, quienes dan vida a ese emporio del placer y no tienen a su disposición ningún puente aéreo para dejar atrás la devastación.

Están a merced de la desidia gubernamental y empresarial, que aun no restablecieron los servicios en el estado.

Desde el Partido Acción Nacional (PAN), que gobierna el estado a través de Marcos Alberto Covarrubias Villaseñor, se proponen programas de empleo temporal, reconstrucción de la infraestructura y apoyo a comerciantes y a prestadores de servicios.

El capitalismo utiliza estas tragedias para reforzar la explotación: empleos temporales significa salarios miserables, inestabilidad laboral, falta de prestaciones.

A un año del huracán Manuel: el desamparo

En el sur, en el estado Guerrero, aun persiste la devastación provocada por el huracán Manuel. En 2013 hubo 157 muertos por el desastre, 72 de estas personas eran residentes del pueblo La Pintada, arrasado por un deslave.

Se arruinaron unidades habitacionales construidas en tierras robadas a los manglares por constructoras corruptas, y sus residentes, endeudados, se quedaron sin vivienda.

En la región de La Montaña, aun hay numerosos habitantes desplazados. Ninguna de las 35 escuelas destruidas por el huracán se reconstruyó.

La tragedia de 1985

El 19 de septiembre se cumplen 29 años del sismo del ’85, de 8.1 grados de magnitud, que tuvo al día siguiente una réplica de 7.6 grados, que dejó 20.000 muertos, 2,831 inmuebles afectados y daños materiales valuados en 5 millones de dólares. Hospitales, centros de trabajo, viviendas, edificios públicos, hoteles se contaron entre los edificios derrumbados.

El gobierno de Miguel de la Madrid se paralizó y trató de minimizar el desastre. Las cuadrillas de salvamento y los albergues creados por la población trabajadora -que se organizó de manera independiente ante la inmovilidad del gobierno y dio lugar a las organizaciones de colonos transformadas más tarde en movimientos políticos– hicieron frente al peor desastre que afectó a la ciudad de México.

Un caso paradigmático: entre los edificios derrumbados estaban empresas textiles. Murieron muchas costureras. Alrededor de mil trabajadoras sobrevivientes fundaron su sindicato: “Sindicato 19 de septiembre”, en homenaje a sus compañeras. Así inició, de la tragedia, el proceso de sindicalización de uno de los sectores más precarizados de la clase obrera mexicana.

Mientras tanto, “los propietarios de varias empresas no sólo se rehusaban a colaborar en el rescate de las costureras, vivas o muertas, que seguían atrapadas en los escombros de sus antiguos centros de trabajo, sino que, además, trataban de sacar maquinaria y desentenderse de sus obligaciones laborales” (1)

Ése es el rostro descarnado del capital, que no conoce otro fin que sus propias ganancias y su vida de ostentación y lujo, hoy como ayer.

La fuerza de la naturaleza, la voracidad del capital

En cada desastre natural los sectores populares son los que se llevan la peor parte: viviendas e infraestructura precaria, salarios bajísimos, falta de alerta ante desastres naturales.

Si bien no se puede predecir científicamente el momento y el lugar donde golpeará un sismo, sí se puede construir viviendas e infraestructura preparadas para soportar sismos de gran intensidad. Sí se construyen: pero para las grandes trasnacionales y para los millonarios. Los trabajadores y el pueblo no tienen acceso a esas medidas de seguridad.

Respecto a los huracanes, peor aun: es de público conocimiento que la temporada de huracanes en México tienen lugar todos los años entre junio y noviembre, que las poblaciones costeras son las más expuestas, y que desde mayo pueden darse estos fenómenos naturales.

Esto implica que se pueden tomar medidas de prevención para proteger a los residentes, preparar refugios, establecer normas de seguridad en la construcción de todo tipo de edificios y en los servicios como energía y telecomunicaciones.

Pero no se hace: no está en la agenda del gobierno de Enrique Peña Nieto. Su agenda es la entrega de los recursos energéticos a las trasnacionales, la precarización laboral de los trabajadores mexicanos para hacer de este país el paraíso de las inversiones extranjeras directas gracias a una de las manos de obras más baratas del mundo, la militarización de las fronteras para hacerle el trabajo sucio al gobierno guerrerista de Barak Obama.

(1) Raúl Trejo Delarbre: Crónica del sindicalismo en México (1976-1988), Siglo XXI-UNAM, México, 1990, pp. 253-254.









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