Historia

A 13 años de la lucha encabezada por el CGH-UNAM

Apuntes sobre la huelga de fin de siglo

29 Jun 2012   |   comentários

Introducción

El surgimiento del movimiento #YoSoy132, y su extensión a la UNAM con la organización de asambleas y la realización de la Asamblea Universitaria del 30/5, para muchos trajo el recuerdo de la huelga estudiantil de 1999-2000. No faltaron quienes explicaron que este movimiento nada tenía que ver con la huelga de fin de siglo (como la llamaron entonces muchos medios de comunicación) y hasta hubo llamados tendenciosos a deslindarse y repudiar la experiencia del ‘99 y sus “métodos asamblearios”. Si bien –como no podía ser de otra forma– los movimientos son distintos, es evidente que la presencia que mantiene la huelga del ´99 responde a que aquel movimiento frenó la imposición de cuotas en la UNAM, cimbró las estructuras políticas universitarias y al régimen priista en crisis terminal que prometía autorreformarse.

Si no hay movimiento político y social que empiece “desde cero” ni que invente todo, es entonces de enorme importancia reflexionar y aprender de las experiencias previas. En la asamblea del 30/5 correctamente se planteó que “somos herederos de los fraudes, crisis económicas; somos herederos del levantamiento armado zapatista, de la matanza de Acteal, de los crímenes en el estado de México”. Esto es, parte de una tradición de lucha y de resistencia contra los planes y las políticas de los partidos patronales y sus políticos. Y, por eso, el movimiento es también heredero de las luchas estudiantiles de las décadas previas; del movimiento de 1968, de la lucha estudiantil de 1987 y 1995, y de aquella huelga que enfrentó a dos rectorías (la de Francisco Barnés de Castro y de Juan Ramón de la Fuente), y que sólo pudo ser derrotada mediante una represión que incluyó más de 1,000 presos políticos y centenares de expulsados.

Los integrantes de la LTS y de Contracorriente (agrupación estudiantil surgida en 1997) fuimos parte activa del movimiento desde su inicio, impulsamos las asambleas y los Comités de Representantes por escuela e integramos los Comités de Huelga junto a otras agrupaciones estudiantiles y cientos de estudiantes independientes, fuimos delegados de nuestras escuelas y estuvimos dentro de los representantes del CGH para asistir al diálogo con la Rectoría, permanecimos como parte del mismo hasta la ocupación policíaco-militar de la UNAM, y compartimos la cárcel junto a cientos de huelguistas, independientes e integrantes de otras corrientes participantes de la huelga, como orgullosos participes de toda una generación estudiantil. Hoy, nuevos jóvenes que continúan con la experiencia de lucha de Contracorriente son parte del movimiento #YoSoy132.

Ayer como hoy, lo que estuvo planteado fue sostener una perspectiva política para poner en pie una generación de jóvenes y estudiantes que defienda la educación publica, luche junto a los trabajadores y enfrente la antidemocracia, la opresión y la opresión del sistema capitalista, al mismo tiempo que luchamos unitariamente por las demandas estudiantiles.

El presente texto lo presentamos como un aporte para comprender un capítulo fundamental en la historia del movimiento estudiantil, y para coadyuvar al surgimiento de esa nueva generación.

1. El preámbulo de la huelga de fin de siglo

El movimiento que desembocó en la huelga estudiantil más extensa en la historia de México, inició a mediados de febrero de 1999. El 15 de ese mes fueron anunciadas en la Gaceta de la UNAM las modificaciones al Reglamento General de Pagos, con un incremento de cuotas que, en el caso de las licenciaturas, pasaba de $0.20 anuales a $2,040. Eso significaba un salto en el proceso de elitización de la universidad y el fin del importante principio de gratuidad. Este anuncio acaparó la atención y expectativa de la comunidad universitaria: en todas las escuelas se hablaba de ello, espontáneamente se comenzaron a formar reuniones en salones y jardines que se comprometían a ampliar y masificar el movimiento. De estas asambleas comenzaban a salir representantes y resolutivos para ir a informar a más compañeros, involucrar a toda la comunidad, discutir qué hacer, etcétera.

Mientras las autoridades llamaban a respetar los Consejos Técnicos por escuela, como “única” representación de la comunidad universitaria, las asambleas estudiantiles cuestionaban la antidemocracia de los mismos y sus discusiones a puertas cerradas. El alza de cuotas sería aprobado en esas instancias.

Ante esta medida que era la avanzada de la ofensiva privatizadora, el 24/2 en el auditorio Che Guevara, se constituyó la Asamblea Estudiantil Universitaria (AEU), con la asistencia de 3,000 estudiantes provenientes de 30 escuelas y facultades. En esa reunión se unificaron argumentos de rechazo a la propuesta de Rectoría y se llamó a la masificación de las asambleas.

Desde un inicio, la política del rector Barnés fue avasallar cualquier oposición proveniente de la comunidad universitaria y desconocer a las asambleas de representantes que llamaban al diálogo. Llegado el día que se discutiría la propuesta de cuotas en los Consejos Técnicos por escuela, uno a uno fueron renunciando los consejeros estudiantes y algunos profesores, que se negaron a ser parte de la farsa de aprobación del Reglamento General de Pagos (RGP). Muchos abandonaron las sesiones para integrarse a los multitudinarios mitines que había fuera de las escuelas.

A mediados de febrero inició una creciente y sostenida movilización estudiantil. El 25/2 se realizó la primera Marcha de las Antorchas, con 20,000 asistentes, del Monumento de Álvaro Obregón a Rectoría.

Haciendo oídos sordos del descontento creciente, el 23/2 se aprobó el RGP en la Comisión de Presupuestos del Consejo Universitario, que era la siguiente instancia según la Legislación Universitaria.

El 2 de marzo Barnés no asistió al dialogo convocado por la Asamblea Universitaria y se redoblaron los brigadeos en las escuelas y en las calles para informar a la población de lo que sucedía en la UNAM. A estas alturas el funcionamiento de las asambleas de representantes era muy dinámico, la politización de la juventud universitaria había crecido y su desconfianza en las autoridades universitarias también. Cientos de brigadas estudiantiles comenzaron a recorrer mercados, transportes, escuelas, sindicatos, al mismo tiempo que se convocó a una mega movilización en Ciudad Universitaria para el día en que el Consejo Universitario debía aprobar el RGP.

El 4/3, más de 30,000 estudiantes se movilizaron de Parque Hundido a CU, exigiendo el retiro de la propuesta de rectoría o en su defecto se irían a huelga. El 11/3 se realizó en 23 planteles un paro activo.

El 15/3 fue el día de imposición del RGP, los estudiantes se enteraron que las autoridades querían sesionar alejados de la comunidad, violentando el que la misma legislación obliga al Consejo a reunirse dentro de las instalaciones universitarias. Así comenzó una literal persecución de los integrantes del Consejo Universitario, que huían por los sótanos de Rectoría mientras miles de estudiantes en las islas repudiaban su accionar. Finalmente se “aprobó” el RGP en el Instituto Nacional de Cardiología, donde se realizó la sesión. Allí arribaron varios camiones con estudiantes que intentaron evitar la aprobación, pero en 15 minutos terminó la reunión. Alrededor de 20,000 estudiantes marcharon desde el Instituto de Cardiología a Ciudad Universitaria, donde realizaron un mitin de rechazo al alza de cuotas, denunciando la ilegalidad de haber aprobado el RGP fuera de las instalaciones universitarias y llamando a discutir las medidas a tomar.

La cerrazón de las autoridades, que no escucharon el clamor estudiantil, empujó al estallido de la huelga. El 24 de marzo una nueva acción paralizó 28 planteles: el movimiento estudiantil estaba determinado a echar atrás el alza de cuotas. Esta contundencia le valió la enorme simpatía de la población que comenzaba a asistir a sus marchas y apoyaba económicamente en los brigadeos.

El 15 de abril se realizó la primera Consulta General Universitaria, organizada por el movimiento estudiantil, donde la mayoría se manifestó contra la abrogación del RGP. Esto mientras aparecía lo que fue una constante durante los 9 meses y medio de huelga: acciones “legales” contra los activistas ante el Tribunal Universitario, detenciones de estudiantes que realizaban brigadeos, ataques porriles, amenazas y secuestros. La huelga era inminente: en el Consejo General de Representantes (antes Asamblea Estudiantil Universitaria) se resolvió estallarla el 20 de abril a las 00:00 horas. En las movilizaciones y asambleas se expresaba la firme decisión de enfrentar la ofensiva del rector Barnés, avalada por el gobierno priista de Ernesto Zedillo, por las cámaras empresariales y las principales instituciones del odiado priato.

Dentro del movimiento, en las semanas previas al 20/4 iniciaron las primeras confrontaciones políticas. Los agrupamientos vinculados con el PRD –el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y la Red de Estudiantes Universitarios (REU)– intentaron frenar el estallido de la huelga. Su política era “convencer” a Barnés y al Consejo Universitario, sea mediante el dialogo o la participación en el Consejo, así como echar atrás las reformas con la interposición de recursos legales sobre la inconstitucionalidad del RGP. Sin embargo, todo esto era impotente ya que el conjunto de las instituciones (universitarias y extrauniversitarias) avalaban la política de Rectoría y Barnés estaba decidido a no dar un paso atrás en sus intenciones. De imponerse, la actuación del CEU y la REU sólo disiparían la energía del movimiento estudiantil, que en cada manifestación y en cada asamblea mostraba una gran disposición a la lucha. Se pretendía así que mediante el diálogo se lograrían las demandas estudiantiles, pero la única forma de imponerlas era mediante una gran demostración de fuerza: una huelga, basada en un movimiento estudiantil masivo y organizado desde las bases. Los estudiantes desconocían el Consejo Universitario y exigían la renuncia de Barnés, que ya no volverían a convocarlo al diálogo; y se preparaban para la huelga.

El 18 y 19 de abril todos los planteles de la UNAM votaban y discutían las últimas medidas para estallar la huelga. Fueron dos noches de mucha tensión pues los directivos impedirían a toda costa el cierre de puertas. Los estudiantes realizaron reuniones de seguridad a puerta cerrada para definir las medidas a tomar en caso de la llegada de porros, policías y autoridades (fueron las únicas reuniones a puerta cerrada que avaló el CGH en toda su lucha). Las escuelas periféricas colocaron barricadas en todas las entradas, cadenas y candados y las facultades de Ciudad Universitaria se unificaron para bloquear los accesos a la universidad e intentar cerrar filas en facultades como Derecho, semillero de priistas y panistas, que llegaban al día siguiente con las autoridades a reventar la huelga a punta de golpes. La madrugada del 19 y 20, miles de jóvenes formaban cordones humanos en todas las escuelas de la UNAM para resistir los aventones de grupos que formaron las autoridades para intentar ingresar a los planteles. De los rostros que aparecían al frente en estas acciones, grabadas por las autoridades, salieron muchos de los cientos de expulsados al término de la huelga. Las confrontaciones duraron toda la mañana en algunos planteles y en todos los casos las autoridades terminaron retirándose.

Las cartas estaban echadas: el 19 de abril las escuelas periféricas estallaron la huelga y el 20 de abril a las 00:00 horas, después de una sesión del naciente Consejo General de Huelga en el Auditorio Che Guevara, las banderas rojinegras fueron izadas en Ciudad Universitaria y en la mayoría de los planteles de la UNAM por una nueva generación estudiantil que salía con entusiasmo a pelear por sus demandas.

Si Barnés pensaba que el movimiento se doblegaría ante su intransigencia y las trampas y maniobras de rectoría, estaba equivocado. El autoritario priista terminaría cayendo antes de que el CGH cejara en sus demandas.

2. Los motores profundos de la lucha estudiantil

La irrupción estudiantil –12 años después de la huelga de 1987– tuvo motores profundos y estructurales, que se articularon con el encono despertado por la imposición de rectoría.

El movimiento estudiantil no era (ni es) ajeno a los procesos sociales. Siendo el estudiantado una capa social heterogénea reclutada en distintas clases de la sociedad, en determinados momentos históricos la universidad se transforma en una caja de resonancia de las contradicciones sociales. En 1999, procesos subterráneos recorrían a la sociedad mexicana. Descontento con la opresión característica de un régimen político profundamente proimperialista y al servicio de las grandes transnacionales, cuya expresión más honda y trascendente fue el alzamiento zapatista de Chiapas. Ansias de libertad y democracia frente a un decrépito priato, como se hizo notar en las masivas movilizaciones urbanas de 1988 y en 1994. Todo esto fue contenido por el acuerdo conocido como la “transición pactada” entre los partidos del Congreso, mediante el cual se buscaba encauzar el descontento tras la ilusión en una hipotética autorreforma de las instituciones. En ese contexto social se dio la huelga, y la reacción de los estudiantes, provenientes en su gran mayoría de las capas medias y sectores populares, expresó e hizo propios el hartazgo con décadas de opresión por parte de un decrépito priato, y la insatisfacción ante una reforma democrática retaceada desde fines de los años ‘80.

La lucha estudiantil inició como una reacción generalizada al alza de cuotas. Afirmar que la huelga estalló por la intransigencia de las autoridades, es correcto, a condición de que no se reduzca a eso la dinámica del movimiento, quitándole su carácter político y obviando las tendencias que allí se desplegaron.

Si no, cómo explicar la lucha en defensa de la educación pública y para todo el pueblo, que llevó adelante el CGH, y que lo llevó a proponerse mantener la huelga hasta la resolución integra y efectiva del pliego petitorio de seis puntos, después de que el Consejo Universitario, a instancias de Francisco Barnés, promulgase un nuevo RGP que volvía “voluntarias” las cuotas. O las importantes definiciones políticas –en las cuales nos detendremos más adelante– respecto al gobierno de Zedillo y el conjunto de los partidos patronales y del Congreso.

La huelga mostró que los estudiantes universitarios se adelantaban a la mayoría del movimiento obrero –contenido por sus direcciones charras– y tomaba la estafeta de la rebelión indígena y campesina de 1994. Lejos de acotarse a una lucha sólo reivindicativa y sectorial, la huelga se convirtió en uno de los movimientos políticos nacionales más importantes de la historia contemporánea de México; mostrando, a su manera, lo correcto de una antigua definición que afirma que “cuando la burguesía renuncia consciente y obstinadamente a resolver los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa, cuando el proletariado no está aún presto para asumir esta tarea, son los estudiantes los que ocupan el proscenio.” (1)

Llegados a este punto, hay que decir que también la experiencia de 1968 mostró estas características. En los años sesenta, en distintos países del orbe (Argentina, Chile, México, Francia, Portugal, por ejemplo) surgieron movimientos estudiantiles que fueron parte de importantes procesos de lucha de clases. Y que expresaban la radicalización política de las capas medias, tendiendo a confluir con sectores de los trabajadores y el pueblo pobre. En México, el movimiento sesentaochero dejó una honda huella en la historia de los explotados y oprimidos de la nación. Su pliego de demandas cuestionaba un régimen basado en la antidemocracia y la represión, y le daba voz al sentir de millones de trabajadores y campesinos. La exigencia de la libertad a los presos políticos (que volvió a escucharse en las islas de CU el pasado 30/5) tendió un puente entre la juventud del ‘68 y la lucha obrera más importante de los años previos, los ferrocarrileros y sus presos por luchar. La influencia que las ideas socialistas ganaba en las asambleas y el CNH, mostraba la tendencia a orientarse hacia una perspectiva conscientemente revolucionaria. La simpatía recogida por el Consejo Nacional de Huelga (CNH) entre el pueblo trabajador, y los movimientos de insubordinación que se iniciaron entre la clase obrera contra los charros, mostraba que el movimiento estudiantil acicateaba el profundo descontento popular. Y que, por eso mismo, era posible la citada confluencia obrera estudiantil contra el priato; como mostró por ejemplo el descontento anticharro en el Zócalo el día 28/8. Y la gran participación de sectores populares en el mitin de Plaza de Tlatelolco del 2 de octubre. Ello justificó, desde el punto de vista burgués, la represión criminal de ese día.

En el inicio de la huelga de 1999-2000 no sólo está la reacción al RGP sino también la oposición a un régimen antidemocrático basado en la perpetuación de la explotación, la miseria y la pobreza para la inmensa mayoría de los mexicanos y mexicanas. Esto se expresó en las movilizaciones y acciones estudiantiles en solidaridad con los trabajadores, particularmente en torno al Sindicato Mexicano de Electricistas, el Sindicato de Trabajadores de la UNAM y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.

3. La democracia directa: el gran “secreto” de la fortaleza de la lucha estudiantil

Desde el inicio del movimiento, los estudiantes se organizaron de forma democrática para la toma de decisiones. En decenas de escuelas y facultades surgieron asambleas de base. La organización de la AEU dejó finalmente lugar al Consejo General de Representantes (CGR), y de Huelga después (CGH). El CGH se basaba en el principio de delegados con mandato, rotativos y revocables, votados por las asambleas de base o Comités de Huelga (CH), siendo cada escuela soberana en cuanto a la asignación de sus cinco representantes. Los mismos debían llevar al CGH el mandato de sus escuelas, aunque el mismo estaba abierto a la palabra de cualquier huelguista y organización solidaria, que tenía la voz generalmente al inicio de la sesión.

Esta forma de organización fue el resultado de la tradición acumulada en el estudiantado mexicano, particularmente del Consejo Nacional de Huelga de 1968. Aunque en esa ocasión el movimiento alcanzó un carácter nacional, también hay que considerar que los representantes no tenían un carácter rotativo, distinto en ello al CGH de 1999-2000. La experiencia mexicana (la del ‘68 como la del ‘99) es diferente y superior a la de otros estudiantados del continente con formas organizativas burocráticas –como son la mayoría de las federaciones y centros de estudiantes–, donde tras la supuesta democracia del voto cada año, se impide la real participación política de la mayoría estudiantil. La fortaleza, extensión y capacidad de lucha de la huelga del ´99 estuvo basada en la existencia de un organismo de democracia directa, el CGH, que mediante los principios de mandato, revocabilidad y rotatividad facilitó que se expresase directamente la posición y el estado de ánimo de la base estudiantil.

Esto permitió controlar la acción de las distintas corrientes políticas y en particular las afines al PRD, que desde antes del estallido de la huelga buscaron manipular las decisiones.

En los inicios del movimiento de 1999, el peso de estos grupos era notable. En la causa de esto destacan dos cuestiones. Por una parte, la influencia política e ideológica ejercida por el PRD sobre el estudiantado, a partir del auge del cardenismo, vislumbrado por miles de estudiantes como un fenómeno opositor al priato. Aunado a esto, la influencia de grupos como el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y la Red de Estudiantes Universitarios (REU), con tradición, cargos en los Consejos Técnicos y el Consejo Universitario, y con una aceitada presencia en la mayoría de las escuelas.

En las luchas previas, las direcciones del CEU en la UNAM, enviados como representantes de asamblea, negociaban los pliegos petitorios a puerta cerrada con las autoridades y volvían con los resolutivos de levantamiento a sus planteles; que en algunos casos tomaban ahí sin consultar con la base. Eso fue creando un descontento que estalló contra el PRD en la huelga del ‘99.

La estructura que se dio el movimiento estudiantil permitió que –aun en esos primeros momentos de hegemonía del ceuismo– el estallido de la huelga se diera en contra de la voluntad del mismo, como resultado del descontento creciente en la base estudiantil ante las provocaciones de la rectoría. Las corrientes vinculadas al PRD intentaron evitar, hasta el último instante, el inicio de la huelga, apelando a confiar en cambiar la correlación de fuerzas en el seno de las instituciones universitarias (como las sesiones del Consejo Universitario) y presionando para continuar emplazando al diálogo al rector Barnés, quien se negaba siquiera a conversar con los estudiantes.

Durante los meses siguientes, la masificación del movimiento cegeachero y su organización democrática evitó que estas corrientes montasen una estructura burocrática desde donde imponer su política. Cualquier estudiante (independiente o miembro de cualquier corriente), tenía que convencer a la asamblea de sus propuestas. El control de la base estudiantil desde las asambleas fue fundamental para impedir el triunfo de las maniobras de los jóvenes perredistas, en particular sus propuestas de negociar el fin de la huelga a cambio de promesas que en los hechos eran migajas que no resolvían el pliego petitorio. Cada propuesta de diálogo con las autoridades, cada paso a dar por parte del movimiento se sometía a la discusión y decisión de las asambleas; los delegados llevaban a sus comités y asambleas las distintas posturas vertidas en el CGH, y sobre esa base los que sostenían la huelga día con día resolvían los pasos a dar. Los delegados al CGH, independientemente de que tenían derecho de verter sus posiciones particulares, debían votar la postura de su escuela. En el CGH se resolvía de acuerdo a las posturas que reunían el apoyo de una mayoría de escuelas. La mesa de las plenarias se resolvía mediante sorteo y estaba sujeta a la remoción en la misma sesión. Aunque esto no siempre funcionaba así, y estaba sujeto a discusión y corrección constante, era una organización fundamentalmente democrática. Se trataba de un ejercicio de democracia directa que a algunos se les antojaba “lento”, pero la realidad es que ese calificativo expresaba la molestia por los “candados” que impedía que un pequeño grupo tomase decisiones “ejecutivas” a su antojo, y por encima del sentir de la base estudiantil. Basado en este principio, todo intento por negociar “saltándose” la decisión del CGH fue desautorizado. Otro aspecto que resaltan los críticos del CGH es la rotatividad y revocabilidad; dicen que eso impidió el surgimiento de una dirección con “experiencia” o incluso “interlocutores” para la negociación. Parecería expresar una molestia con la carencia de una “dirección” que actuase por encima de la base estudiantil; sin duda surgieron activistas reconocidos en cada escuela y facultad, y los mismos sostenían sus posturas políticas, individuales o de su organización; y en algunos casos su nivel de “exposición mediática” los volvía “interlocutores” de los medios de comunicación y aparecían como los “líderes”. Pero ninguno de ellos estaba ubicado por encima de su asamblea, sino que debía sujetarse a la misma y, si sostenían posturas a nombre del movimiento sin basarse en los resolutivos, eran criticados por cualquier estudiante en su CH o en el CGH. La rotatividad y revocabilidad coadyuvó también a la politización del movimiento estudiantil: fueron miles los delegados representantes de sus asambleas, durante casi un año de lucha. Prácticamente cualquier huelguista podía sostener los argumentos de su lucha ante la prensa, las autoridades y la población. Esto le dio al movimiento una fortaleza impresionante, surgía una generación politizada que no caía en las trampas del gobierno.

Recientemente, en el movimiento #YoSoy132 se escucharon voces de críticos del “asambleísmo” cegeachero; no casualmente algunas de esas voces provienen de individuos y organizaciones vinculadas a lo que en la huelga se conoció como el ala “moderada”, y la crítica del asambleísmo parece, en esos casos, una defensa encubierta de los métodos burocráticos de funcionamiento.

Estos mecanismos se expresaban también en la negociación con las autoridades. La demanda de diálogo público, abierto y resolutivo, enarbolada por el CGH y el CNH en su momento, fue de las más resistidas por la rectoría, que buscaba “interlocutores” que pudieran ser corrompidos o “convencidos” de levantar la lucha, sin el control de la base estudiantil. El CGH buscaba con un diálogo “de cara a la nación” propagandizar sus demandas y a la vez evitar que se traicionara los puntos del pliego petitorio. La designación de las comisiones de diálogo era mediante sorteo; cuestión resistida por distintas corrientes que, bajo el argumento de “que vayan los más preparados”, ponía en peligro los principios democráticos del Consejo.

Si el funcionamiento del CGH facilitaba que se reflejase directamente el posicionamiento de la base estudiantil, esto se expresó en que, conforme transcurrían las semanas, al calor de la cerrazón de las autoridades y de los ataques de los gobierno federal del PRI y capitalino del PRD, el movimiento tendió a radicalizarse. El activismo que sostenía la huelga y se vinculaba por fuertes lazos al conjunto de la comunidad universitaria y sectores de la población, se enfrentaba cada vez más fuertemente con las corrientes que se esforzaban por levantar la huelga y que recibieron el nombre de “moderadas”. La radicalización del CGH no fue entonces el resultado de una operación maquiavélica de las corrientes políticas “ultras”, sino la evolución de un movimiento, nutrido por miles de activistas estudiantiles, que luchaba por la educación para todo el pueblo de México, enfrentaba de manera intransigente las maniobras de la rectoría y de las corrientes “moderadas”, y radicalizaba sus acciones de lucha.

En el CGH actuábamos colectivos y agrupaciones de izquierda (2), pero la influencia que eventualmente alcanzaban las distintas propuestas, era el resultado de ser parte de un proceso real de la base estudiantil, algo opuesto a la “leyenda negra” de una “ultra” que llegaba de afuera e imponía –quien sabe cómo– sus posiciones. De igual forma, las corrientes moderadas (u otras como los llamados “ultramoderados”, grupos que se consideraban socialistas y que llamaron a “flexibilizar” la lucha), fueron no sólo rebasadas por la dinámica del movimiento, sino que los miles de estudiantes que sostenían la ocupación de planteles dieron la espalda a sus propuestas.

El basamento de las asambleas permitió también que –aun en los momentos en que el movimiento tendía a reducirse o aislarse– se discutiera cómo reimpulsarlo. Las comisiones y brigadas emanadas de los comités de huelga jugaron un rol importantísimo en llevar las demandas del movimiento a los sectores populares, y el método asambleario fue fundamental para sostener la huelga, apelando al sentimiento democrático del estudiantado, cuando la rectoría intentó distintas maniobras para retomar las instalaciones, como en enero del 2000.

Quienes atacan al CGH y a la huelga que éste organizó, deberían reconocer que la lucha de 1999-2000 y la organización democrática desde las bases, logró más de lo que lograron durante muchos años (antes y después del ‘99) los consejeros técnicos estudiantiles vinculados al PRD y sus “redes universitarias”: mantener la gratuidad de la educación, a pesar de que la misma ha sido torpedeada por cobros encubiertos y mecanismos de elitización promovidos por De la Fuente primero y Narro después. Resaltar los aspectos ejemplares del CGH, no quiere decir que en el transcurso de la lucha no hubo fuertes discusiones al interior del mismo sobre su funcionamiento. En particular, desde Contracorriente, criticamos muchas veces que, a través de las llamadas “comisiones” (como la Comisión de Prensa) supuestamente dedicadas a cuestiones “logísticas” u “operativas” se expresaban –sin que hubieran sido sometidos a discusión y votación–, los posicionamientos de determinadas corrientes políticas. Esto es también una lección para el #YoSoy132, donde las comisiones de “logística” no pueden convertirse en una instancia que se eleve por encima del movimiento, lo que permitiría el naciente desarrollo de un sector por fuera del control de las asambleas.

Al mismo tiempo que rescatamos el carácter asambleario del movimiento del ‘99, sostenemos que su capacidad de acción residió en que alcanzó un grado de centralización y de resolución en la toma de decisiones. El CGH era la dirección reconocida; independientemente de que sus delegados cambiaban constantemente, la toma de decisiones iba desde las escuelas hasta el Consejo, y se resolvía mediante votaciones de mayoría. Aunque en determinado momento se consideró como consenso una mayoría de 28 escuelas, el mecanismo era el de votación después de un tiempo amplio de discusión y debate. En un material publicado por Contracorriente en el año 2000, en ocasión del Encuentro Internacional de Estudiantes realizado en El Mexe, Hidalgo, decíamos “Por otro lado, la organización del CGH muestra la superioridad de la organización en base a los delegados revocables y con mandato frente a las corrientes de tipo “autonomista” que operan en el movimiento estudiantil de varios países y que sostienen el asambleísmo permanente y se oponen a toda centralización y “delegación”, con ideas que recuerdan la precapitalista “democracia rousseauniana”. Por el contrario, la democracia directa que utilizó el CGH recupera las mejores tradiciones de autoorganización que supo gestar el movimiento obrero y de masas durante el siglo XX, como fueron los soviets rusos en 1905 y 1917, los consejos obreros italianos en 1920, los consejos de la revolución húngara de 1956 o los cordones industriales chilenos en 1973, por tomar algunos de los ejemplos más relevantes. Estos casos muestran la forma en que los trabajadores resolvieron históricamente el desafío crucial, en situaciones de ascenso generalizado de la clase obrera y de otros sectores explotados, de armonizar reivindicaciones y distintas formas de lucha, aunque sólo fuese en los límites de una ciudad, ya que los soviets o consejos son organismos que unen a representantes de los distintos sectores en lucha.”(3)

4. La defensa de la educación pública y el cuestionamiento a los planes contra la educación

El aumento de cuotas en la UNAM fue la expresión en nuestro país de la ofensiva sobre la educación pública y sobre la llamada “universidad de masas” imperante durante la segunda posguerra en nuestra región. El proyecto impulsado por el Banco Mundial en sus recomendaciones en el terreno educativo pretendía reconvertir la universidad en función de los intereses de las grandes empresas. Durante toda la década de 1990 esto se mostró en una serie de medidas restrictivas y elitistas, tendientes a acabar con las conquistas de la educación pública que aún persisten en los países latinoamericanos. En ese marco se inscribieron, por ejemplo, el proyecto Barnés de aumento de cuotas, los cobros encubiertos, así como la creciente restricción a la matrícula (donde el examen de ingreso continua actuando como un filtro que deja fuera a la mayoría de los aspirantes) y las reformas de 1997 por las que se eliminó el pase automático entre el bachillerato de la UNAM y las licenciaturas. Disfrazado bajo un discurso “populista” de derecha contra los privilegios de los estudiantes universitarios, se proyectaba reducir aún más el acceso a la universidad de los sectores medios, populares y de la minoría de hijos de trabajadores que podían acceder a la misma.

Junto a esto, los planes contra la educación pública del Banco Mundial en América Latina, implicaron una mayor subordinación del conocimiento y la investigación científica a los grandes monopolios. En este terreno se inscribieron las reformas a los planes de estudio, la supervisión de la evaluación por parte de organismos privados, el financiamiento privado de las investigaciones; ejemplo de ello fueron el CENEVAL o la participación de los institutos de investigación en proyectos “auspiciados” por empresas privadas, todo lo cual el CGH denunció durante la huelga.

En ese marco se dio el estallido de la huelga y el pliego petitorio del CGH. El mismo contemplaba 1) Abrogación del Reglamento General de Pagos y eliminación de todo tipo de cobros 2) Derogación de las reformas de 1997, lo cual implicaba eliminar el límite de permanencia y restablecer el pase automático 3) Congreso democrático y resolutivo acatado por la rectoría 4) Desmantelamiento del aparato represivo y de espionaje de las autoridades, y eliminación de actas y sanciones 5) Recuperación del semestre y cancelación de las clases extramuros y 6) Rompimiento con el CENEVAL y eliminación del examen de ingreso, punto que fue agregado 2 semanas después del inicio de la huelga. El pliego petitorio (PP) expresaba una lucha por los principios de gratuidad, contra el limitacionismo restrictivo del ingreso, la elitización de la educación superior y contra las instituciones universitarias. Atacaba lo esencial de los planes contra la educación pública y perseguía la lucha por una democratización de la universidad que implicaba, como primer paso, cuestionar el control de la rectoría sobre todas las decisiones de la comunidad. Este pliego era parte de un sentir más amplio expresado en una serie de demandas que emergieron al inicio de la huelga en un gran número de asambleas, nutriendo una plataforma de lucha de más de 30 puntos. Con el correr de las semanas el PP se transformó en la bandera de lucha de los estudiantes huelguistas, quienes no dudaban de sostener la huelga hasta su resolución íntegra y efectiva. El intento de la rectoría fue desactivar la huelga con la promesa de que las cuotas serían “voluntarias”, pero los estudiantes consideraron, correctamente, que el principio de gratuidad no estaba garantizado con esa promesa, y que dicho principio iba íntimamente vinculado a la lucha contra las medidas elitizadoras como las reformas del ‘97 o el CENEVAL. Desde Contracorriente participamos y defendimos el pliego petitorio en tanto expresaba esta lucha progresiva, al mismo tiempo que decíamos que esas demandas eran el punto de inicio de un programa que iba más allá, que debía luchar por una universidad al servicio de los trabajadores, los campesinos, el pueblo y sus luchas.

5. “Ultras” y “moderados”, estrategias en el movimiento estudiantil

A partir del 20/4, el CGH se convirtió en un actor fundamental de la escena política nacional. Durante los meses siguientes se realizaron numerosas movilizaciones multitudinarias; por mencionar algunas de las primeras: el 24/4, el 1° de mayo, o el 12/5, donde participaron 100,000 personas. Centenares de brigadas y miles de brigadistas, recorrían las calles, los mercados, las colonias y el transporte público, difundiendo sus demandas y recogiendo la simpatía popular ante un CGH que se proponía luchar por la educación para todo el pueblo. Los planteles y escuelas eran un hervidero de discusión y debate constante, y se consumaba un despertar político y cultural para miles de jóvenes. La huelga se sostenía con el boteo y con la solidaridad material de muchas organizaciones populares, sociales y sindicales, las cuales también realizaban movilizaciones y acciones en solidaridad, como las que hicieron los trabajadores del IPN, del Colegio de Bachilleres y distintas universidades de todo el país. Junto a esto, el CGH tendía lazos nacionales e internacionales: en las primeras semanas se realizaron 3 Encuentros Nacionales Estudiantiles en Ciudad Universitaria; el 25/4 fue el primero de ellos, donde 15 universidades refrendaron su apoyo al movimiento de la UNAM; días después, 20 sindicatos universitarios manifestaron su apoyo al CGH y el STUNAM acordó brindar ayuda y no prestarse a las actividades extramuros. El CGH, en tanto, se reunía constantemente, con sesiones donde se sucedían las propuestas políticas para ampliar el movimiento y sacarlo de las aulas universitarias, y se generaba un acalorado debate en torno al curso del mismo. La convicción era clara y se iba cimentando día a día en la ocupación de los planteles y en las brigadas; exigir la resolución del pliego petitorio, primer paso hacia una democratización de la universidad. En ese marco, surgían discusiones y posturas más radicalizadas que avanzaban hacia el cuestionamiento de la sociedad de clases. Pero es importante considerar que, contrario a la ridiculización montada por quienes sostenían que en el CGH primaba la estrategia de “HPP” (“huelga popular prolongada”), si ésta se extendió en el tiempo, se debió a la cerrazón de las autoridades y a que cada una de las propuestas formuladas por Barnés, los académicos y los sectores “moderados”, era visualizado como una trampa al no resolver los seis puntos del pliego petitorio.

Desde febrero las corrientes afines al PRD, vinculadas al gobierno capitalino de Cuauhtemoc Cárdenas, intentaron –como explicamos al inicio– evitar el estallido de la huelga, conduciendo el descontento estudiantil hacia la confianza en una mesa de diálogo con Barnés. Era evidente que la única forma de frenar el RGP y obligar a Barnés a negociar, era mediante una acción decidida que mostrase la fuerza estudiantil, para lo cual había que organizar la huelga y retomar las mejores tradiciones de autoorganización del movimiento estudiantil mexicano, cuestión que desde Contracorriente propusimos en las primeras sesiones de la AEU y del naciente CGH, denunciando las maniobras burocráticas de los perredistas, muchas veces toleradas por otras organizaciones universitarias. Sin embargo, una vez decidida la huelga, los llamados “históricos” (las corrientes perredistas que venían de la huelga del ‘87) intentaron forzar su rápido levantamiento, alertando contra un “desgaste” a todas luces inexistente, y buscando que el CGH redujera sus demandas al primer punto del pliego. Estas corrientes buscaban aceptar las promesas de Barnés sin ninguna garantía de cumplimiento, y presentar los ofrecimientos de aquel –que burlaban las demandas originales–, como éxitos del movimiento. Violando los mecanismos democráticos los dirigentes perredistas se autoerigieron en “voceros” del movimiento, lo que provocó el desconocimiento de toda posición que no surgiera estrictamente de los órganos del CGH.

A partir de junio se sucedieron las propuestas de salida al conflicto, que fueron discutidas extensamente en el CGH bajo la presión constante del ala “moderada”. El 7/6, el Consejo Universitario (CU) modificó el RGP y estableció las cuotas como “voluntarias” de acuerdo a “las posibilidades de cada quién”. El día 9 una amplia mayoría de asambleas rechazó las modificaciones propuestas. El CGH consideraba que no resolvían ni siquiera el punto 1 del pliego, ya que no garantizaban la gratuidad de la educación universitaria, y que sólo mediante un Congreso Democrático se resolverían las demandas de la huelga (4). La propuesta del CU desató una ofensiva de académicos, intelectuales y periodistas llamando a que el CGH dejase de lado la “intransigencia”; como Octavio Rodríguez Araujo que afirmó que “razonablemente, la huelga ya no es necesaria” (La Jornada, 10/6/1999). En contraste con esto, el mensaje del CGH en la multitudinaria movilización de ese día, que congregó a decenas de miles de estudiantes organizados en cuatro columnas, sostuvo “Que lo entiendan bien el gobierno y sus funcionarios en la UNAM: no estallamos la huelga para entrar a regatear que cosas se cobran y cuales; si se cobran a más o a menos. Estallamos la huelga por la gratuidad, y no daremos marcha atrás hasta lograrla. Nuestra lucha es por el un derecho de todos a estudiar, es por la gratuidad de la educación en nuestra universidad…” (La Jornada, 11/6/1999). Pocos días después, el organismo estudiantil resolvió continuar la huelga hasta el cumplimiento satisfactorio e incondicional de los seis puntos del pliego petitorio. Las propuestas “alternativas” que surgieron desde la rectoría, los académicos y los sectores moderados coincidían –más allá de los matices existentes– en proponer el levantamiento de la huelga a cambio de enviar a foros de discusión o a un eventual congreso universitario, los puntos exigidos por el CGH. Por ejemplo, el Partido Obrero Socialista, propuso –bajo el fundamento de un “desgaste de la huelga”– el levantamiento a cambio de un posterior Congreso, cuyas características fundamentales (por ejemplo si sería resolutivo o no) emanarían de la decisión de un referéndum.

Estas propuestas fueron rechazadas por el CGH por considerar que no resolvían satisfactoriamente el PP, basándose en la experiencia estudiantil de 1987 –donde las demandas terminaron siendo desconocidas por la rectoría– y en la larga tradición de maniobras traicioneras del priato, como las que sufrieron los zapatistas con los Acuerdos de San Andrés.

A partir del posicionamiento del Consejo ante estas salidas, los ataques políticos y mediáticos involucraron –ya no sólo a la rectoría y al PRI-PAN– sino también al PRD, a académicos e intelectuales vinculados a ese partido y a la gran mayoría de los medios de comunicación. Lamentablemente, la dirección del EZLN también atacó a la “ultra”. El CGH, mientras enfrentaba los intentos por forzar el levantamiento de huelga, debió buscar las vías para fortalecer el movimiento, superando el aislamiento, procurando nuevas alianzas y sacando la huelga a las calles.

En ese contexto, lo que estaba por detrás de la confrontación entre ultras y moderados no era “la histeria ultraizquierdista” como la definió Carlos Monsiváis, ni la mano de Gobernación, como afirmó el intelectual Jaime Avilés. Lo que estaba en juego eran dos perspectivas antagónicas respecto a la lucha.

Por un lado, la de las corrientes “moderadas” que buscaron restringir la huelga a una lucha reivindicativa y acotar sus demandas –por ejemplo pasando de exigir la resolución de los seis puntos a uno solo– para lograr un rápido levantamiento, en la medida que mantener el paro estudiantil generaba inestabilidad en la transición política en la que estaban comprometidos los tres principales partidos. Bajo esa lógica política, toda lucha por cambiar la estructura antidemocrática de la universidad era presentada como ajena a la misma huelga, y se pretendía diferirla a un futuro congreso Universitario. Asimismo, la articulación de la lucha universitaria con lo que sucedía fuera de los muros de la UNAM era visto como un delirio ultraizquierdista.

De otra parte, la perspectiva que se identificó como “ultra” no era otra que la dinámica que asumió la huelga, sostenida férreamente por un movimiento estudiantil decidido a obtener la resolución de sus demandas inmediatas. Este posicionamiento no sólo cuestionaba la estructura universitaria sino al mismo régimen dirigido por el PRI, que era el principal sostén de los planes de la rectoría. Junto a ello, cabe recordar que “la lucha de los estudiantes de la UNAM contra los planes imperialistas, la represión y por democratizar la Universidad actuaron como caja de resonancia del conjunto de las contradicciones sociales” (5), lo cual –agregamos– generó una amplia simpatía en sectores de los trabajadores y el pueblo, como se manifestó en distintas acciones de solidaridad y conjunción en las calles, y era una hipótesis plenamente factible que la huelga actuase como un catalizador del descontento obrero y popular contra el antiguo régimen del priato (6).

6. De la independencia política del movimiento a la represión del “demócrata” De la Fuente

Si al inicio de la huelga las corrientes afines al PRD contaban con gran ascendencia, la evolución de los acontecimientos llevó al movimiento a alcanzar una importante definición: la ruptura con el PRD y la independencia política respecto a los distintos partidos del Congreso, incluido el “sol azteca”. Se hizo una experiencia con las maniobras y trampas del perredismo, las cuales llevaron al enfrentamiento dentro del CGH y a la separación de algunos de los representantes y dirigentes de aquel. Aún en los casos que se mantuvieron en el movimiento, su incidencia sobre el curso del mismo decreció significativamente. El CGH asumió un curso de radicalización política, rompiendo con la larga tradición de influencia perredista sobre el movimiento estudiantil. Esta situación generó una campaña de calumnias y de artículos al estilo de “disparen sobre el CGH”, por parte de los medios de comunicación e intelectuales afines a aquel partido. Uno de los ejes de esta campaña –que tiene repercusiones y continuidad en las referencias del presente– es que la “ultra” fue responsable del aislamiento y de la derrota. Veremos a continuación que ambos argumentos eran falsos y que encubrían la responsabilidad de otros actores políticos y sociales.

El 12 de noviembre el movimiento obtuvo un importante triunfo: la renuncia de Barnés. La estrategia del gobierno y la rectoría desde el 20/4 se basaba en una línea dura, que incluía el desconocimiento del CGH y la persecución de los activistas, y que apostaba a que el aislamiento impusiese el levantamiento de la huelga. La renuncia de Barnés mostró el fracaso de esta política. La asunción de Juan Ramón de la Fuente, con un perfil “conciliador” (venía de “negociar” la privatización de áreas en Salubridad) señaló que el gobierno apuntaba al mismo objetivo que antes, mediante medios “democráticos”. En diciembre se organizó una farsa de diálogo en la cual, a pesar de ello, el CGH logró que la rectoría lo reconociese como interlocutor válido, algo retaceado en los meses previos. La caída de Barnés mostraba lo correcto de mantener la lucha.

En ese contexto, el “aislamiento” cuya responsabilidad le atribuían a la “ultra” era en realidad el resultado de que muchas direcciones sindicales y políticas no impulsaban la solidaridad efectiva con los estudiantes que luchaban por la educación pública, cuando estos más la requerían. No fue un hecho menor la negativa de direcciones sindicales como la del STUNAM a estallar la huelga universitaria unificada (7).

En esos momentos, desde Contracorriente insistimos que la clave para obligar a la rectoría a aceptar las condiciones del CGH era mantener la dinámica de movilización y de vinculación con los trabajadores y sectores populares; por eso planteamos por ejemplo la realización de una Asamblea llamando a las organizaciones obreras y sociales a sumarse a la misma; a la vez que proponíamos luchar por un diálogo abierto, público, democrático y combativo (y por supuesto sin un solo preso del movimiento), en contra de la intención de De la Fuente de entrampar al CGH en un diálogo en “lo oscurito”.

En ese contexto, inició una ofensiva “democrática” de la rectoría que, lejos de aceptar las condiciones que el CGH solicitaba para el dialogo, convirtió a éste en una verdadera trampa para presentar al CGH como “intolerante” y anunciar la realización de un plebiscito. El mismo, convocado para el 20 de enero, pretendía generar una presión social insostenible para obligar al levantamiento de la huelga. Dicho plebiscito –donde votaban los rompehuelgas y funcionarios del gobierno– contó con el apoyo del PRD y sus intelectuales afines. “La política de De la Fuente tenía el objetivo de crear las condiciones políticas para justificar la represión, y no estaba dispuesto a hacer ninguna concesión de fondo. La decisión del CGH de rechazar el plebiscito y convocar a su propia consulta fue totalmente justa. ¡Qué gran experiencia para el movimiento de masas mexicano ver las trampas “democráticas” que es capaz de montar el régimen del PRI-PAN-PRD para liquidar una huelga contrapuestas al Consejo General de Huelga basado en la democracia directa de los que luchan!” (8).

Después del plebiscito, De la Fuente intentó quebrar la huelga utilizando a los estudiantes no paristas; sin embargo, los huelguistas lograron confraternizar con aquellos, y se quebró esta maniobra formando el Frente Estudiantil Justo Sierra, integrado por huelguistas y no huelguistas. De inmediato vinieron acciones generalizadas de provocación y represión, como la toma en Prepa 3, donde la acción porril fue seguida de la incursión de cientos de Policías Federales y la detención de mas de doscientos estudiantes. Esto fue jugada del gobierno para aprisionar a los principales dirigentes del CGH y el ala dura que sabían llegaría a defender el plantel. Los estudiantes resistieron la toma de la policía unas horas, pero finalmente fueron detenidos y trasladados al reclusorio.

Ante ello, y “frente a la perspectiva de una represión generalizada, sectores de clase media y pueblo pobre de la ciudad de México rodearon de apoyo a los estudiantes en la multitudinaria marcha del 4 de febrero. Resurgía así un movimiento democrático en defensa de los estudiantes y su lucha, y por la libertad de todos los presos: el CGH se había convertido en una nueva bandera democrática de sectores de las masas, como los había sido el levantamiento campesino chiapaneco en el ’94. Frente a la emergencia del movimiento democrático, y para intentar anticiparse a su desarrollo, el rector convocó a una nueva reunión con el CGH con una delegación reducida y a puertas cerradas, para el viernes 4 de febrero. Su objetivo era “demostrar” una vez más su voluntad “dialoguista” y la “intransigencia” del CGH.” (9).

El 6 de febrero, 2,500 efectivos de la recién fundada Policía Federal Preventiva ocuparon las instalaciones universitarias, invadiendo el auditorio Che Guevara (donde sesionaba el CGH) y apresando a más de 1,000 estudiantes, quebrando la huelga. La represión fue el resultado de la ofensiva gubernamental y de las trampas “democráticas” de De la Fuente, avaladas y/o toleradas por muchos que cuestionaban al movimiento por la “intransigencia” con que se defendía el derecho a la educación gratuita y que en algunos casos (como Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis) se arrepentirían públicamente de haber apoyado la postura de De la Fuente. Durante los días siguientes, surgió un movimiento democrático de masas que, con la movilización de más de 150,000 personas, obligó a la liberación de la mayoría de los detenidos; durante los meses siguientes, la solidaridad nacional e internacional (expresada por ejemplo en el I Encuentro Internacional de Estudiantes realizado en El Mexe) terminará de arrancar a los últimos presos políticos del movimiento.

7. Estrategia y política en el CGH

Como decíamos antes, la definición de “ultra” fue un descalificativo utilizado por el oficialismo, la derecha empresarial y la prensa incluida la que se ostentaba como “progresista” –particularmente después de la ruptura con el PRD– para denostar y ridiculizar al movimiento. Lo que estigmatizaban como “ultra” era en realidad una amplia vanguardia estudiantil que mantuvo la huelga, logró frenar la imposición de cuotas (triunfo que los “moderados” no pueden adjudicarse) y contó con el apoyo de amplios sectores de la población, como se expresó no sólo en las marchas al inicio del movimiento, sino en las multitudinarias movilizaciones que “abrazaron” y “acuerparon” al CGH después de la represión del 6/2/2000.

De este movimiento nos hicimos parte distintas agrupaciones y colectivos de izquierda, identificadas por el activismo como organizaciones que participaron de la huelga hasta el final, y entre las cuales existían diversas perspectivas y propuestas políticas, las cuales estaban sujetas a discusión constante. Desde Contracorriente consideramos fundamental lograr la resolución íntegra y efectiva del pliego petitorio, fortalecer los mecanismos democráticos, defender la independencia política del CGH, desarrollar alianzas con los trabajadores y sectores populares para romper el aislamiento de los últimos meses de la huelga, y evitar caer en las trampas y maniobras de rectoría. A la vez que, como miles de activistas, luchábamos por el triunfo de las reivindicaciones inmediatas de la huelga –a partir de lo cual estaría planteado su posterior levantamiento–, considerábamos fundamental que el CGH, una institución que enfrentó las trampas y partidos de la transición democrática, asumiese una perspectiva estratégica, internacionalista y de unidad con los trabajadores. Como parte de eso, propusimos actividades internacionalistas al CGH como fue la movilización en apoyo a los anticapitalistas de Seattle (que fue reprimida por los granaderos del “democrático” gobierno perredista del DF) y avanzar en una coordinación y la unidad de acción con los trabajadores. Sabemos que asumir esa perspectiva no hubiese garantizado la unidad y confluencia en lo inmediato con la clase obrera ni garantizado en sí mismo el triunfo de la lucha. Pero como planteamos en aquel momento, “el sólo plantearlo firmemente como estrategia hubiera transformado al CGH en una organización muy superior a la que fue, y hoy la experiencia, las lecciones de lucha y las perspectivas para el conjunto de la situación mexicana, por los lazos que se hubieran establecido con los trabajadores, serían infinitamente mejores.” (10)

8. La lucha del CGH y el movimiento #YoSoy132

Como planteamos en otro artículo, el movimiento del ‘99-2000 dejó importantes lecciones para los movimientos posteriores, y en particular para el #YoSoy132. Sin duda, este último guarda diferencias que no pueden ser ignoradas. Por ejemplo, la demanda motora del #YoSoy132 no es la gratuidad de la educación (la cual por cierto debería ocupar un rol central para dar respuesta a los miles de excluidos de la misma y para sumarlos al movimiento), sino que cuestiona aspectos de la antidemocracia imperante en el conjunto de la escena política nacional, como es el carácter servil de los medios de comunicación y la “cargada” para el regreso del PRI a Los Pinos.

En las páginas anteriores, escribimos ampliamente sobre los principios fundamentales del CGH; los mismos no pueden ser considerados como meras “particularidades” del momento, sino que constituyen definiciones políticas de gran importancia que podrían ser discutidos y aprehendidos por el movimiento actual.

En primer lugar, la democracia directa como principio fundamental: las asambleas de base con delegados revocables, rotativos y con mandato, y con una organización centralizada, superior, que responde al mandato directo de la base. Ya mencionamos que, a nuestro entender, eso permitió expresar de forma más o menos directa la orientación del movimiento, y cada organización o individuo podía plantear allí sus propuestas sin violentar el mecanismo democrático de funcionamiento. El #YoSoy132, por su parte, asumió como principio de funcionamiento las asambleas de base, sin embargo las asambleas generales no han votado sobre la base de los mandatos de asambleas locales. Recientemente, distintas asambleas locales han votado dar “margen” para que los voceros voten de acuerdo a su criterio, en tanto que en algunos casos, los voceros se han mantenido durante semanas. Disentimos con esta manera de ver las cosas, que en nombre de “agilizar” y “hacer operativo”, puede permitir que las decisiones que se tomen no respondan al mandato de la base y termina haciendo que las decisiones recaigan en el “criterio” de los delegados; aunque es verdad que toda decisión central puede ser remitida a las asambleas locales, esto no es lo más conveniente ya que estas pueden terminar fungiendo en organismos de ratificación o rectificación, con un carácter más bien consultivo. Esto en un contexto donde las asambleas locales han decrecido en el número de participantes, en gran medida por el fin de clases. Aunque muchos compañeros y compañeras pueden confiar en que las asambleas van a vigilar a sus voceros, desde nuestro punto de vista puede ser utilizado para el encumbramiento de un sector, lo cual está asociado con el posicionamiento del PRD y sus grupos afines frente al movimiento. No es casual que estos grupos (como Militante, el GDR o el MORENA) iniciaron una cruzada contra cualquier reivindicación de la huelga y atacaron a las “corrientes” (¡como si ellos no fueran “corrientes”!), violentando un derecho elemental de cualquier movimiento de lucha que pretenda funcionar democráticamente: que las organizaciones políticas e individuos puedan plantear libremente sus posiciones y pelear por ellas. Por otra parte, los mismos que en el ´99 intentaron sin éxito quebrar los mecanismos de decisión democrática e imponer las posturas del comité del PRD, ahora influyen sobre el posicionamiento público del movimiento a partir de su “operación” en determinadas instancias del mismo, como son las comisiones y las declaraciones públicas del #YoSoy132.

La segunda cuestión que queremos plantear es la independencia política alcanzada por el CGH. El CGH era independiente no sólo del PAN y del PRI, sino del PRD, criticando abiertamente a este partido y, en particular, su labor para lograr el levantamiento de la huelga. Esto, en momentos donde la “transición pactada” entre aquellos era un mecanismo central para desviar el descontento con el viejo priato hacia la alternancia electoral de julio del 2000. El CGH se constituyó así, en los hechos, como la principal institución política con influencia de masas, que enfrentó la transición pactada. En el #YoSoy132 hay una discusión en torno a la ubicación frente a los partidos; los mismos grupos que operan para frenar la democratización del movimiento son los que impulsaron una agenda política que, con eje en el “voto útil”, pretendió darle al movimiento el carácter de una fuerza formalmente “no partidaria” pero políticamente solidaria con el PRD, y por ende funcional a éste. Desde Contracorriente respetamos el sentir de muchos estudiantes que forman parte del movimiento y consideran votar por AMLO como una alternativa frente al PRI y al PAN, aunque nosotros, como muchos saben, diferimos de esta postura y llamamos al voto nulo. Pero creemos que -más allá del posicionamiento de cada integrante del movimiento (o las organizaciones que participan en el mismo) tiene derecho a asumir-, es fundamental mantener la independencia política del movimiento respecto a los partidos del régimen y centrarse en la movilización y la unidad con los trabajadores y los sectores populares; eso será muy importante para ampliar el #YoSoy132, y también darle una perspectiva a la resolución de las demandas, como la lucha contra el fraude y por la democratización de los medios masivos de comunicación.

Vimos con simpatía que muchos activistas del movimiento que son votantes del Movimiento Progresista, coincidían con la necesaria independencia del #YoSoy132; sin embargo la operación política de muchos grupos intentó llevar al movimiento a convertirse en una fuerza afín a AMLO. Desde nuestro punto de vista los procesos de movilización que en los últimos años fueron conducidos hacia la confianza en la labor de la “oposición” burguesa como el PRD o el PRI, terminaron lamentablemente frustrados en sus reivindicaciones. El #YoSoy132 tiene como uno de sus desafíos –si lo que se pretende es conformar un movimiento que luche contra la antidemocracia y la represión–asumir la necesidad de vincularse con los trabajadores y los sectores populares, y dejar de lado cualquier confianza en los partidos patronales, defensores de un sistema político que, por más que se “democratice”, defiende los intereses de los capitalistas y las transnacionales contra el pueblo trabajador.

Retomar estas cuestiones que asumieron como propias muchos estudiantes integrantes del CGH del 99-2000, puede ser de crucial importancia para el desarrollo del #YoSoy132. Gracias a los mismos el CGH pudo, a pesar del aislamiento y de la represión institucional, defender exitosamente el principio de gratuidad en la UNAM. Y constituirse, a pesar de todos los errores que puedan haberse cometido, en parte de la historia reciente del movimiento estudiantil, para ser retomadas sus mejores lecciones, por las nuevas generaciones de jóvenes.

9. Perspectiva histórica y juventud revolucionaria

Los argumentos que se levantan tanto contra la reivindicación del CGH como en oposición a las propuestas políticas que formulamos en el actual movimiento los socialistas y distintos grupos de izquierda de la UNAM, enfatizan en que este movimiento #YoSoy132 está focalizado en la lucha contra la imposición de Peña Nieto y por la democratización de los medios, y que “los de siempre” (es decir los “ultras”) pretendemos trasnochadamente darle un carácter que no puede ni debe tener. Los mismos que nos atacaban ayer por tener un discurso “anticuado” que –según su visión– no empalmaba con la realidad, hoy nos critican por pretender darle un curso radical al movimiento y que adopte una perspectiva de subversión del orden existente. Pretenden que nos conformemos con una postura reformista y que aceptemos las “directrices” que los dirigentes autonombrados del mismo pretenden darle; esto, mientras claman que queremos “romper asambleas” por el hecho de defender nuestra postura con argumentos políticos, cayendo ellos en una actitud totalitaria que pretende negar el elemental derecho a disentir. Que nadie se engañe con la falacia de que los socialistas y los grupos de izquierda intentamos “imponer” algo; estamos ante un debate abierto, frontal y muchas veces nada diplomático en las asambleas, como lo que se dio en la asamblea de Académicos, donde renombradas investigadoras vinculadas al perredismo que hablan en sus libros del “socialismo del siglo XIX”, se negaban a incorporar por ejemplo una demanda elemental como es la solidaridad con los maestros en lucha.

Y nos preguntamos: ¿por qué los mismos que aplauden si AMLO saluda a los maestros como parte de sus posturas electorales, se niegan a que el movimiento asuma esas definiciones que apuntan a la unidad obrero estudiantil? Porque su principal interés es evitar que surja un movimiento estudiantil y juvenil no institucionalizado que asuma como propias las demandas de los trabajadores y los campesinos, y que pueda ir más allá de las justas demandas iniciales con las que surgió. Ese es el fantasma del ‘99 que quieren conjurar apelando a todos los recursos e incluso satanizando a la izquierda que participó en ese capítulo de nuestra historia. Por eso también pretenden que los acuerdos adoptados el 30/5 –que incluían demandas tan “estratosféricas” como la solidaridad con el magisterio, la desmilitarización del país, el apoyo a Atenco y, ¡horror!, la libertad de los presos políticos– queden sólo como una expresión de deseo y no como demandas de la movilización.

Estamos opuestos a esta perspectiva que quieren darle los moderados de ayer y de hoy, aquellos que en sus pesadillas ven un movimiento que avance a cuestionar el régimen político antidemocrático. Lejos de ser “anticuados”, creemos que la mayor creatividad y renovación histórica que puede asumir el movimiento es adoptar una perspectiva revolucionaria. Lo verdaderamente anticuado es pensar que puede obtenerse algo que valga la pena, sin luchar radicalmente y sin cuestionar a fondo el orden constituido. No se trata de democratizar este régimen de “democracia para ricos”, donde incluso los gobiernos perredistas han mostrado que su voluntad es administrar los negocios capitalistas, eso sí, con “honestidad” y menos corruptela que los bandidos priistas y panistas. Lo que hoy debemos poner a discusión es si lo que va a surgir es una juventud “orgánica” del proyecto lopezobradorista, esto es, una juventud que luche por migajas y acepte la explotación y opresión capitalista, o si se pone en pie una juventud que asuma una perspectiva revolucionaria. La emergencia de una juventud que en Egipto, en Canadá, en Chile y en Europa, sale a enfrentar una histórica crisis capitalista y que en muchos casos actúa junto al pueblo trabajador muestra la necesidad de que miles de jóvenes mexicanos que despertaron a partir de las movilizaciones antipeña, se hagan parte de ello y vayan más allá.

Como en el momento de la lucha de 1999-2000, hoy –ante la emergencia de una nueva juventud–, hay que impulsar una estrategia, un programa y una organización que pelee para que los trabajadores se liberen tanto de la opresión charril como de la subordinación a direcciones burguesas “progresistas”, como paso necesario para una gran alianza obrera, campesina y popular que irrumpa en la historia contemporánea y haga cimbrar el capitalismo mexicano desde sus bases. Eso implica, sin duda, retomar el camino abierto por la revolución mexicana, truncado por el encumbramiento de la “familia revolucionaria” que luego daría lugar al actual PRI de Peña Nieto. Retomar la obra de Emiliano Zapata supone una lucha sin cuartel contra los capitalistas y transnacionales que dominan México y son responsables de la miseria, la desigualdad y la explotación que asola a millones en nuestro país, para lo cual es fundamental que se ponga en movimiento ese gran gigante social que el proletariado mexicano en alianza con los pobres de la ciudad y el campo. El camino de la confianza en salidas políticas inscritas en los marcos del sistema capitalista –como el lopezobradorismo, por no hablar del jurásico neoliberalismo priista– y de presionar por reformas democráticas sin cuestionar el estado capitalista y su régimen político, sólo puede llevar a nuevas frustraciones a esa juventud que está pugnando por surgir. Tras los discursos –algunos mas edulcorados, otros más “socialistas”– que proponen apoyar el “cambio verdadero” con la fútil esperanza de darle un contenido anticapitalista, se preparan derrotas profundas al no apostar a la emergencia de una estrategia revolucionaria en el movimiento obrero y la juventud. Y es que para cortar el ciclo de triunfos de los de arriba no sólo es necesaria la voluntad de movilización y lucha; es fundamental bregar por una estrategia alternativa, que se prepare para, al calor de las nuevas luchas obreras, juveniles y populares, construir una organización marxista y revolucionaria capaz de tomar el cielo por asalto.

México DF, 26 de junio de 2012

Notas:

(1) León Trotsky, Carta a la redacción de Contra la Corriente, 13 de junio de 1930.

(2) Solo por mencionar algunas organizaciones participantes del movimiento estudiantil: En Lucha, Comité Estudiantil Metropolitano (CEM), Frente de Lucha Estudiantil Julio Antonio Mella (FLEJAM), CLETA, Conciencia y Libertad, Rebeldía, la Unión de Juventudes Revolucionarias de México, MERI, además de un sinnúmero de colectivos estudiantiles que surgieron previo y durante la huelga.

(3) Manifiesto de Contracorriente y Enclave Roja ante el Encuentro Internacional de Estudiantes convocado por el CGH, abril 2000.

(4) Para una crítica más extensa que establece incluso que en muchos puntos era peor que el RGP del 15 de febrero, ver Adrián Sotelo Valencia, Neoliberalismo y educación. La huelga en la UNAM a finales de siglo, en http://www.rebelion.org/docs/9882.pdf.

(5) “Ultras y moderados”, Emilio Albamonte, Federico Lizarrague y Andrea Robles, publicado en Estrategia Internacional 16, verano del 2000.

(6) Como ocurrió no sólo en los años ‘60 y ‘70 –donde la irrupción estudiantil acicateó la movilización obrera y popular –por ejemplo en Argentina de 1969 o en Francia de 1968– sino, contemporáneamente a la huelga de la UNAM, en el caso de Indonesia, donde en 1998 la juventud inició un proceso de movilización de masas que llevó a la caída del dictador Suharto.

(7) En esos momentos, Contracorriente propuso un “comando de huelga unificado STUNAM-CGH” para soldar la unidad trabajadora estudiantil.

(8) “Ultras y moderados”, Albamonte Emilio, Lizarrague Federico, Robles Andrea, publicado en Estrategia Internacional 16, verano del 2000.

(9) Ibidem.

(10) “Ultras y moderados”, Albamonte Emilio, Lizarrague Federico, Robles Andrea, publicado en Estrategia Internacional 16, verano del 2000.

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